El presidente Nayib Bukele ha puesto a los pandilleros tras las rejas. Los salvadoreños se lo agradecen y lo reelegirán el domingo, a pesar del estado policial y la pobreza.
Este domingo, el «rey filósofo» Nayib Bukele -como se autodenomina actualmente en la red social X- será coronado para un segundo mandato en El Salvador. Todas las encuestas le vaticinan una amplia ventaja de casi un 80 por ciento de los votos en las elecciones presidenciales.
Bukele, quien odia las corbatas y prefiere llevar las gorras de béisbol al revés y zapatillas deportivas, es un fenómeno político. Muchos latinoamericanos lo adoran, algunos piensan que es un farsante, y el resto del mundo se enteró de la existencia de El Salvador gracias a este publicista barbudo, que se tomó una selfie en la tribuna de la Asamblea General de Naciones Unidas, en Nueva York, y se autodenominó «el dictador más cool del mundo-mundial”.
En teoría, la Constitución no permite la reelección, pero Bukele consiguió un fallo favorable de la Corte Suprema de la Justicia. En apenas cuatro años, el hijo de comerciantes migrantes palestinos ha puesto El Salvador de cabeza: introdujo el bitcoin como moneda oficial, declaró el estado de excepción y metió a más de 60.000 personas en la cárcel.
Apenas en 1992 terminó una sangrienta guerra civil con un acuerdo de paz, abriendo paso a una democracia donde los contrincantes se transformaron en partidos políticos y decidieron competir por el poder ya no con armas, sino con votos: la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y el izquierdista Frente Farabundo Martí (FMLN), el partido de la exguerrilla.
En 2019, Bukele les ganó la Presidencia a sus contendientes y en 2021 dominó el Parlamento, pulverizando el sistema bipartidista. El sistema democrático de equilibrio de poderes se derrumbó como un castillo de naipes, porque las promesas de la democracia nunca trajeron paz ni prosperidad para la mayoría.
Hoy, gracias a un poderoso aparato publicitario, Bukele controla todos los poderes del Estado y, sobre todo, la narrativa. Lo ha logrado hasta tal punto que muy pocos conocen a los demás candidatos que están en la boleta. Los aspirantes Manuel Flores (FMLN), Joel Sánchez (Arena), Luis Parada (Nuestro Tiempo), José Renderos (Fuerza Solidaria) y Mariana Murillo (Fraternidad Patriota Salvadoreña) parecen fantasmas: suman apenas 12 por ciento de intención de voto.
La popularidad del presidente de 42 años se debe a dos razones. La primera es que ha acabado con las pandillas que aterrorizaban al país. Los delincuentes traficaban con drogas, extorsionaban a los comerciantes, reclutaban a adolescentes y violaban a niñas. A menudo, huir del país era la única salida para familias enteras extorsionadas y acosadas por el crimen organizado. Los barrios pobres de las grandes ciudades estaban divididos como feudos medievales. Si alguien vivía en un barrio controlado por la banda llamada Mara Dieciocho, la fatídica M-18, no podía visitar a su tía en el distrito vecino, donde gobernaba la Mara Salvatrucha. Los halcones de las pandillas pedían documentos de identidad. Quien no obedecía, en el mejor de los casos se llevaba una paliza.
La segunda razón de su popularidad es su talento para la comunicación. El antiguo propietario de una agencia de publicidad es el rey de las redes sociales, rodeado de un equipo mediático profesional que escenifica con habilidad sus mensajes de joven ejecutivo rompiendo paradigmas. La mitad de la población del país tiene menos de 30 años, muchos solo tienen educación básica y pocas herramientas para contrarrestar su maquinaria publicitaria.
«Bukele representa la victoria de la comunicación sobre la política», dijo un historiador muy prestigioso, pidiendo el anonimato; pocos se atreven a levantar la voz contra él. Porque cualquier crítica irrita al habitante de Casa Presidencial. Especialmente los periodistas lo han padecido. Decenas se fueron al exilio; tambiénEl Farose vio obligado a trasladar sus oficinas a Costa Rica, ante el constante acoso.
Otros contrincantes no tuvieron tanta suerte y están en la cárcel, como el exalcalde capitalino Ernesto Muyshondt, o cinco ambientalistas.
Bukele gobierna con ayuda de su clan familiar y sus viejos amigos de la escuela. Ha convertido el país en un Estado policial en el que los derechos fundamentales están suspendidos y la justicia se utiliza como arma política, subrayan sus críticos. La transparencia va en retroceso. En el último índice de Transparencia Internacional, El Salvador descendió dos puestos.
Redacción Voz Libre con información de dw.com