Del sotol, la lechuguilla y orégano, al malestar
Su padre le prodigaba todo amor y ternura, Ella como hija única, de alguna manera suplía la ausencia de su madre, quien al dar a luz, el enfermo corazón de su esposa dejó de latir.
Las cosas marchaban bien, bueno, bien en la acostumbrada forma de vivir en el semidesierto.
La vieja casona de adobe daba la apariencia de una hacienda ruinosa, un gran pórtico, patio central, algunas muestras de lo que al parecer fueron arcos de cantera y espaciosas habitaciones.
Las que miraban al norte, vivían padre, hija y tres tías del primero, muy chapadas a la antigua.
Las del sur servían de bodegas, pues ahí se acopiaba la fibra de lechuguilla, el orégano en otra, para dejar espacio a la más obscura y húmeda, a las ollas de barro, hasta las manitas, de sotol.
Los tres productos naturales de la Comarca Lagunera, merecían unas buenas faenas, que dejaban exausto al tallador más experimentado, al recolector avieso o al buen cortador de la planta con apariencia de palma.
Las fibras sintéticas, para su mala suerte, quebraron al mercado, el uso de lechuguilla prácticamente se reducía a lo artesanal.
La publicidad sobre el agave y su líquido embriagador, el tequila, lo colocaron en las preferencias de los gusta dores de bebidas limpias y fuertes.
El orégano permanecía en el consumo nacional y en algunos otros, quienes dejaron de comprarlos a otros productores de la franja del Mar Egeo, por la contaminación de aquel problema en Chernobyl.
La mano de obra, aunque no correspondía a las friegas, por lo menos aseguraba el pan de cada día.
Las cosas comenzaron a cambiar haría unos cinco años, cuando jóvenes de un partido político, como atalayas, tocaban puerta a puerta, el censo de cuantos jóvenes con edad de votar, cuantos ejidatarios y cuantas madres solteras, vivían en cada techo.
En su vestimenta se leía “Bienestar” aunque en la conversación no dejaban de mencionar “Morena”
Al poco tiempo, comenzaron a llegar apoyos en efectivo, en un solo hogar ingresaban dinero para adultos mayores, para madres solteras, para estudiantes y para gente del campo, en eso que llaman sembrando vida.
Fue el inicio de la hecatombe social y económica, la lechuguilla, el orégano y el sotol, dejaron de ser materia prima, al cabo de una u otra forma el dinero llegaba.
Luego hicieron presencia los que imponían y hacían valer su ley, cobro de piso, pago por la seguridad, reclutamiento de jóvenes ansiosos de poder y de dinero.
La heredera del otrora empleador, tuvo que salir huyendo por la noche, junto a su señor padre, el asedio y la amenaza de la peste del crimen organizado los obligó a dejar a las tres tías, aferradas a no dejar el terruño y los recuerdos.
Para colmo vino la pandemia, ni vacunas, ni mejórales, mucho menos médico o enfermera brindaron apoyo a la población, ese ingreso del Bienestar como entraba salía, pues cada hogar tenía que gastar desde el cubre bocas hasta el ataúd, pues no fueron pocos los que fallecieron, por el pésimo manejo de la insalubridad, de parte del gobierno de MORENA.
Larga cadena de sucesos amargos se acumularon a lo largo del polvoso pueblo, cinco años de una transformación de gente trabajadora a indigentes del gobierno, sometimiento de la libertad, a la de la voz de la metralleta, de la satisfacción al campo cultivado al abandono total.
No pocos se arrepintieron del canto de la cuarta transformación, con firme convicción anhelaron recuperar lo perdido, la ocasión se les presentaba, era tiempo de cambiar de régimen.