Una frase llevó a la gloria a Gamboa Patrón, pero desgració a millones
Emilio Gamboa Patrón sentía una sorda furia que, por su bien, debía mantener bajo control si aspiraba a seguir trabajando en Los Pinos, así fuera en las responsabilidades menores que tenía asignadas. Aquella tarde de julio de 1982 lo habían dejado de guardia en la oficina presidencial, sin tomarlo en cuenta para la gran fiesta.
Resulta que todos sus compañeros del staff presidencial estaban de camino al restaurante “Hacienda Los Morales”, donde festejarían, junto al todavía presidente José López Portillo, la victoria inobjetable de Miguel De la Madrid como sucesor.
Emilio Gamboa, un aspirante a político oriundo de Yucatán, estaba ansioso de oportunidades para escalar y sabía que el camino era arduo, así que, pese a su inconformidad de ser tratado como el más irrelevante del equipo, aquella tarde aceptó quedarse en la principal oficina de Los Pinos para contestar llamadas y resolver alguna eventual contingencia.
Sabía que el tiempo se acortaba para acomodarse en un mejor puesto en el nuevo sexenio de Miguel De la Madrid, a quien no conocía en persona, y tampoco tenía en su radar a alguien dispuesto a ayudarlo, en un ambiente donde cada quien velaba nada más por su propio interés, olvidando amistades y lealtades.
Esa vez, mientras las horas se alargaban, también su frustración iba en aumento, al imaginarse los jugosos cortes, botanas de lujo, whisky, coñac, tequila, en fin, el banquete del que disfrutaban sus compañeros de equipo, además del show artístico contratado para la ocasión, que no era menor para el partido al que todos pertenecían.
Durante el sexenio de López Portillo, Gamboa había logrado llegar hasta Los Pinos, pero no pasaba de ser un empleado utilitario y sin funciones específicas, ajeno al círculo inmediato del poder; en tal contexto, tomar llamadas era lo usual, aun cuando esa vez podían provenir del famoso “teléfono rojo”, reservado para la comunicación presidencial directa con unos cuantos miembros del gabinete.
Y mientras estas y otras fumarolas transitaban por su mente, a eso de las 8 de la noche sonó el teléfono rojo, sobresaltando al encargado de la oficina, que intentaba concentrarse en algún programa televisivo para disipar la amargura de su mente. Rápido se despejó, tragó saliva y contestó la llamada, a sabiendas que se trataba de algún alto funcionario.
Dado que el teléfono rojo únicamente lo contestaba el Presidente, la voz del otro lado sonó algo impaciente: “¿pues a dónde hablo?”; sin pensarlo, como por instinto, Gamboa respondió la frase que le cambiaría la vida. “Está usted hablando, señor, a la oficina del próximo presidente de México, el licenciado Miguel de la Madrid Hurtado”.
No hubo inmediata respuesta, sino una breve pausa que a Gamboa le pareció eterna, creyendo haber cometido algún yerro y casi se cae de la silla cuando se enteró la identidad de su interlocutor, aunque la voz no le pareció desconocida, de tanto escucharla durante la campaña.
“Tiene toda la razón, así es; habla Miguel De la Madrid, próximo presidente y, aunque no sé ni quien es usted, me gusta su disposición y, bueno, qué pierdo con pedirle que sea parte de mi próximo equipo de trabajo”. Ya ni siquiera preguntó por el presidente López Portillo y, en ese entendido, colgó la llamada, dejando perplejo al receptor.
Los días transcurrieron y, efectivamente, cuando De La Madrid asumió la presidencia hizo a Emilio Gamboa Patrón su secretario particular, un cargo soñado por el incipiente político, que por esa vía logró convertirse en colaborador de todas sus confianzas durante el sexenio completo y hacer las conexiones suficientes como para seguir su propio camino.
Fue después secretario de Comunicaciones y Transportes, senador de la República y diputado federal, aparte de otros cargos importantes en los años de la hegemonía priísta; no obstante, Gamboa Patrón es también un político cuestionable, con señalamientos muy serios a los que no ha respondido con contundencia.
Algunos lo consideran un corrupto palaciego, un intocable transexenal que fue ligado al narcotráfico en 1994 por Eduardo Valle “el búho”, cercano colaborador del procurador general de la República, Jorge Carpizo MacGregor. En concreto, se le ligó con el el narcotraficante Juan García Abrego, líder del cártel del Golfo.
Eduardo Valle declaró al diario español El País en 1994 que, según sus investigaciones, los asesinos de Luis Donaldo Colosio “fueron los narcopolíticos José Córdova Montoya y Emilio Gamboa Patrón, subordinados del expresidente Carlos Salinas De Gortari”.
Después, fue acusado de proteger a empresarios de turbio perfil, como Kamel Nacif y Jean Succar Kuri, denunciados por la periodista Lydia Cacho en su libro “Los demonios del edén”, de haber cometido actos criminales contra niños y niñas, lo que a ella misma le costó graves represalias del régimen, como secuestro.
Es decir, Gamboa Patrón se ha visto impune de delitos muy graves desde los sexenios de Miguel De la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y ahora, en el actual sexenio de MORENA, ha desaparecido del espectro político o se mantiene al margen.
Ahora bien, en otro país sin tanta impunidad y con un estado de derecho, Gamboa Patrón habría sido investigado y probablemente encarcelado por su participación en estos pasajes tan oscuros de la vida nacional, pero nada pasó y sigue disfrutando el poder y dinero que empezó a acumular a partir de una llamada telefónica que tanto le llegó al alma a Miguel De la Madrid.
CUENTA EN X: @rubencardenas10