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Luego de 280 días de fuego, apareció un duranguense para apagar el Ixtoc I

El 3 de junio de 1979 se registró un hecho inédito en México: la explosión del pozo petrolero Ixtoc I, en la sonda de Campeche, con desastrosas consecuencias. Lenguas de fuego de hasta 60 metros de altura permanecieron sin control en el mar durante los 280 días siguientes, ante la impotencia de expertos mexicanos y también de la comunidad internacional.

Durante la explosión, once trabajadores de PEMEX murieron y más de cuarenta fueron rescatados de las aguas, según las cifras oficiales dadas a conocer por los noticiarios, aunque nunca se supo el número exacto de afectados, contando aquellos que arriesgaron su vida  durante los intentos por sofocar el voraz incendio.

Petróleos Mexicanos contrató prácticamente a cada especialista en el tema que pudo encontrar en cualquier país; así, vinieron a México canadienses, noruegos, norteamericanos y compañías enteras, sin resultados, hasta que un duranguense -sin necesidad de ir más lejos- maestro de educación física, se enteró del asunto a través de la televisión.

¿Su nombre? Antonio Puente Ortiz, nacido en el municipio de Vicente Guerrero, Durango, en 1923, fue quien realizó la proeza de acabar con un problema que se había vuelto descomunal, aunque no recibiría nada a cambio, excepto promesas que nunca se cumplieron y pese a la gran fama que alcanzó en el momento.

Puente fue maestro rural egresado de la Normal de San Marcos, en Zacatecas y después ingresó a la Escuela Nacional de Educación Física en la Ciudad de México. A partir de 1947 empezó a trabajar en Mexicali, donde hizo una vida personal y profesional hasta su fallecimiento, en diciembre del 2007.

Nunca estudió, como podría suponerse, física, química o matemáticas o alguna otra disciplina que lo llevara a producir una idea salvadora como la que produjo, y aún así “domó a la bestia”, un monstruo candente que devoraba el mar y contaminaba todo el entorno sin que nadie pudiera ponerle freno.

Como referencia, al final del sexenio de Luis Echeverría comenzó la perforación de pozos en el Golfo de México, en lo que después se convertiría en el yacimiento más importante hasta entonces conocido, el complejo Cantarell.

Y, a raíz de este descubrimiento tan esperanzador para una economía dependiente del petróleo, Echeverría no se cansó de repetir aquel ufano mensaje de que “los mexicanos debemos prepararnos para vivir como ricos”. Claro que él nunca tuvo ese problema.

Como resultado de esta nueva fiebre del petróleo, en el mar de Campeche comenzaron decenas de exploraciones; una de estas fue la del Ixtoc 1. PEMEX estaba perforando a 3.63 kilómetros de profundidad cuando se perdió la barrena y, con ella, la circulación de lodo de perforación, lo cual dejó los trabajos en la absoluta inestabilidad.

En este peligroso escenario sobrevino la explosión; el petróleo entró en ignición tras una chispa y la plataforma colapsó brutalmente. Las corrientes llevaron muy pronto el derrame a las zonas costeras de Campeche, Tabasco, Veracruz y Tamaulipas, así como a algunas zonas de Texas.

Se vertió en el mar un volumen aproximado de 3.3 millones de barriles de crudo; de este total, se quemó el 50 por ciento, se evaporó el 15 por ciento, pudo recolectarse el 5.4 por ciento y se dispersó un 28%, de acuerdo a informes de Petróleos Mexicanos.

Nunca antes se había registrado un incendio de tales proporciones ni de tanto daño al ambiente, por lo que PEMEX contrató primero a Conair Aviation para dispersar el químico Corexit 9527 sobre el petróleo derramado.

Después, la paraestatal contactó a diversas compañías expertas en derrames en el mar y en sofocar siniestros petroleros; una a una, desfilaron empresas muy renombradas, pero ninguna pudo cumplir con la tarea encomendada y la frustración, así como el riesgo, iban creciendo a la par de las llamaradas.

El esperado momento llegó hasta el 9 de marzo de 1980 cuando, al poner en práctica la “Operación Campana” ideada por el maestro duranguense Antonio Puente – o sea, inyectar agua de mar por dos pozos de alivio en principio- se apagó para siempre el fuego del Ixtoc 1 y el 27 de marzo se selló. Un mes después, el 5 de abril, concluyeron los trabajos de taponamiento.

Jorge Díaz Serrano, director de PEMEX en ese tiempo y después preso por fraude, celebró el acontecimiento por todo lo alto, luego de una batalla que duró 280 días, pero no le dio el crédito al maestro duranguense, tal vez por razones de corrupción y malinchismo.

Así pues, la directiva de la paraestatal dio a conocer al público que un invento norteamericano había representado la solución al incendio, aun cuando nunca mencionó detalles ni nombres reales, aprovechando seguramente que el verdadero autor de la hazaña no estaba buscando fama ni fortuna, sino sólo un simple reconocimiento escrito que nunca recibió ni de manera póstuma.

Lo más increíble de la historia de Antonio Puente es que su interés comenzó exclusivamente por los reportes noticiosos que cada noche daba Jacobo Zabludovsky sobre el incendio del Ixtoc 1 y le frustraba el fracaso de cada una de las empresas que llegaban y se iban sin reportar progreso alguno.

Por todo esto, le nació la idea de hacer algo enorme, conforme al tamaño del reto, por lo que durante noches enteras empezó a clarificar sus ideas sobre una posible solución; comenzó haciendo cálculos matemáticos y físicos a su manera, investigó sobre los materiales y estructura de la plataforma colapsada.

Es importante recalcar que este trabajo lo desarrolló desde Mexicali, donde vivía; ni una sola vez visitó el lugar de los hechos. Con recursos propios y gran determinación redondeó su propuesta, la cual llamó “Operación Campana”, pero solamente él sabía de la existencia de este prototipo, dado que PEMEX no tenía conocimiento de su trabajo y Puente tampoco tenía conducto alguno hacia PEMEX.

En busca de una solución, el 24 de julio de 1979 se presentó en las oficinas del diario El Mexicano, en Mexicali, en donde alguien lo escuchó, de tal modo que un día después se dio a conocer esa alternativa planteada por un maestro, que no un científico, para acabar con el incendio en el mar.

Es decir, las autoridades bajacalifornianas fueron las primeras en dar importancia a su plan y de allí llamó la atención de Petróleos Mexicanos, que decidió desarrollar tal estrategia, ya en la desesperación de no tener una mejor forma de enfrentar esa circunstancia que se había vuelto un imposible.

Se involucró en el plan a Tamsa (Tubos de Acero de México, S.A.), con sede en Veracruz, la tercera empresa siderúrgica, después de Altos Hornos de México, entre otras compañías expertas en el ramo que habían estado haciendo esfuerzos aislados.

El profesor duranguense se encargó de todos los cálculos para construir una inmensa campana de acero, desde el peso, altura y demás, para que sellara perfectamente la plataforma, algo que nunca estuvo en el radar de los expertos mundiales en fugas petroleras marítimas.

La operación consistió básicamente en colocar esta mole de acero sobre la estructura que ardía y en horas, para sorpresa de los más avezados, se apagó el incendio. Los detalles del caso los contó en 1991 el propio Antonio Puente, en una conferencia ofrecida a sus paisanos en su natal Vicente Guerrero.

También refirió que, una vez concluida la exitosa operación, las autoridades de PEMEX rompieron comunicación con él, sin darle ni ese reconocimiento firmado que les pidió como único pago, aun cuando le habían asegurado que se lo mandarían sin problema.

Al tiempo se enteró que las máximas autoridades de Petróleos Mexicanos celebraron que “un invento norteamericano”, cuyo costo había significado algunos millones de dólares, representó la solución para apagar el Ixtoc 1. De esos millones no se molestaron ni en reponerle lo que había invertido, algo muy típico de PEMEX.

En el 2010, colapsó otro pozo petrolero en el Golfo de México, cerca de las costas estadunidenses y quedó fuera de control; los expertos norteamericanos utilizaron una réplica del invento de Puente Ortiz, en lo que probablemente constituyó una historia de plagio por parte de ese PEMEX que nunca ha cambiado, ni sus fraudulentos titulares.

Antonio Puente no quedó registrado como inventor, pero a los duranguenses y mexicanos en general no debe quedarnos duda de que esta tierra, específicamente Vicente Guerrero, dio al mundo una mente brillante como pocas se hayan visto. Ese fue y seguirá siendo su mejor legado.

(Agradecimientos especiales a: Eduardo Guzmán del Castillo, José Rafael Herrera Fernández y Manuel Guzmán Daher por su valiosa aportación de datos para este relato)

TWITTER: @rubencardenas10

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