Alcanzaron la fama, y eso que parecían “marcianitos”
“Parecen marcianitos”, les dijo su maestra de primaria a Miguel y Luis Hernández, de 9 y 10 años de edad, en lo que ahora sería fácilmente interpretado como un acto de “bullying”. Corría el año de 1967 y ambos eran chiquillos muy listos e inquietos, con un temprano gusto por la música, lo cual desembocaría en una fructífera carrera años más tarde.
Y lo de “marcianitos” surgió de aquel corte de pelo tan socorrido para los niños de la época: rapados por completo, pero con una pequeña mota o fleco en la frente que a muy pocos les gustaba, pero igual los padres no creían necesario preguntarles a sus hijos cómo querían que les cortaran el pelo.
Hablando de padres, Antonio Hernández, papá de los niños, era un consumado guitarrista y, aunque ellos no mostraban gran interés por la música, en algún momento quisieron experimentar por su cuenta lo que se sentía el ganar dinero con ella, cantando y tocando en las calles, al menos en principio.
Acompañados de Rubén Valles, de 14 años, los niños agarraron una vieja guitarra, convirtieron en bongoes o batería unos botes de hojalata y un güiro para complementar el rudimentario instrumental y, con esa audacia que suele ser parte de la niñez, empezaron su recorrido musical por las calles de la ciudad de Durango.
A las puertas de algunos restaurantes, en céntricos cruceros o en cualquier parte donde veían posibilidades, tocaban para el improvisado público; Miguel le sacaba sonidos a los botes de hojalata, Luis se daba vuelo sacando unos cuantos tonos a la guitarra y Rubén le raspaba al güiro con todo entusiasmo.
Lo mismo interpretaban “Tiburón, Tiburón”, de Mike Laure, que otras muy típicas de ese género, en un ambiente dominado por bandas rockeras de jóvenes como los Dugs-Dugs, los Sioux, Ten Mix y Blue Star, que marcaron época en Durango y alrededores.
“Los marcianitos”, que ya habían adoptado tal nombre, eran literalmente unos niños y eso, que de entrada parecía una desventaja, les fue ganando simpatía de la gente y allegando algunas ganancias, modestas, pero ya eran un pequeño comienzo.
En ese andar, un día de tantos llamaron la atención de un grupo de actores y productores de fama mundial que andaban conociendo la ciudad. De hecho, estaban rodando en Durango “Los cañones de San Sebastián”, un filme estelarizado por Anthony Queen y producido por Luis Buñuel Jr, nada menos.
Y resultó ser tanto el interés, que Luis Buñuel haría más tarde un cortometraje sobre ese trío de músicos callejeros, trabajo que luego presentó en Cannes, Francia. A los meses, un productor musical de la Ciudad de México, Francisco Sañudo, vio el cortometraje y vino a Durango a buscarlos.
Para ese entonces, obvio que el trío había crecido musicalmente y en edad, así que ya podían tomar decisiones, como tener un representante. Sañudo los convenció que el éxito era seguro en la capital del país y que ganarían buenas cantidades de dinero, tanto ellos como él.
Don Antonio, el papá, dudó en “soltarle” sus vástagos al productor, aunque lo tranquilizó saber que era un profesional en el tema, porque Sañudo llevaba bien la carrera de Claudia Islas, Jorge Rivero, Carmen Salinas, entre otros actores y también cantantes muy exitosos de aquel momento.
Accedió que se fueran al entonces Distrito Federal, pero con la condición de que se integrara al grupo su otro hijo, Raúl -quien sabía más de música y, muy importante, les llevaba seis años de edad- cuando menos para que los cuidara de cualquier acecho.
Ya en la capital, les abrió la puerta la disquera Emmi Capitol. Los éxitos “Acuario” y “Entrega inmediata”, pronto sonaron fuerte en la radio de todo el país. Fueron protagonistas en programas de Televicentro, hoy Televisa, les llegaron muy buenas presentaciones y las cosas iban saliendo mejor de lo pensado.
Alcanzaron tal notoriedad que Raúl, el hermano recién integrado, fue invitado como solista a participar en el Festival OTI, en 1972, el más prestigiado de ese tiempo, por lo que el grupo quedó en una especie de “stand-by” mientras se definía el futuro.
Raúl llegó a la etapa final del OTI, un evento que se había convertido en plataforma de impulso para cantantes como Juan Gabriel, Emmanuel, Gualberto Castro, María Medina, Yoshio, Imelda Miller, Yuri, Napoleón, José José, entre muchos más.
El “marcianito” mayor quedó en tercer lugar y esa edición la ganó Alberto Ángel “El Cuervo”, quien “en corto” reconoció alguna vez que el duranguense debió obtener el primer lugar y simplemente fue cosa de cuál era más famoso y aseguraba mayores ganancias.
Después, Raúl Hernández grabó un LP con 12 canciones, cuyos arreglos hicieron maestros como Chucho Ferrer, Johnatan Zarzosa y Mario Patrón. También fue invitado a participar en el Festival de San Remo, Italia, pero su disquera no le permitió asistir.
Los años pasaron y Raúl pisó escenarios diversos en la capital del país, hizo giras por algunas ciudades importantes y viajó al extranjero. A finales de 1985 decidió regresar a Durango, por cierto dos días antes del 19 de septiembre, cuando ocurrió el devastador terremoto en la capital del país.
En Durango ya estaba de regreso también Miguel, quien había hecho carrera tocando la batería para varios grupos en la Ciudad de México, pero no se había quedado en ninguno. Así se fue desintegrando la agrupación, poco a poco.
A la par, todo lo demás se fue esfumando y nada se volvió a saber del largometraje; en poco quedaron las ganancias de los discos vendidos y tampoco hubo “guardaditos” de las presentaciones. O sea, tuvieron que arrancar de cero en estas tierras.
Y la mejor forma que encontraron de hacerlo fue a través de “Los 5 del Romance”, el quinteto romántico creado por don Antonio, padre de los músicos, muy conocido y solicitado para fiestas y toda clase de eventos.
El baterista ahora es el bajista del grupo y Raúl es tanto vocalista como guitarrista. Hace cinco años volvieron a grabar “Acuario”, “Entrega inmediata”, “Mujercita” y “Tracy”, los éxitos de los setentas, como homenaje a sus tiempos de mayor fama.
“Los marcianitos” nunca volvieron, pero los Hernández siguen vigentes en la música, con el mismo ímpetu y entusiasmo que ha sido su distintivo. Seis décadas no apagaron ese amor por las tocadas y cantadas. Bien por ellos.
TWITTER: @rubencardenas10