Muy machos y bravíos, pero a la mera hora… ya no se sabe
En esos tiempos previos al florecimiento de las “discos”, digamos a inicios de los noventas, cierto día recibí una invitación para asistir a la apertura de una de ellas, la primera que se iba a abrir en Guadalupe Victoria, que ya desde entonces era una pujante, aunque pequeña, ciudad.
Era un terreno espacioso, con una palapa convertida en bar donde se ofrecían tragos muy variados y antojitos mexicanos, aunque eso no era, obviamente, el centro del festejo, pues en la apertura de un lugar nocturno otras cosas cobran protagonismo.
Aparentemente pocos sabían que la sorpresa de la noche era un show travesti invitado de alguna otra ciudad, así que se podía percibir, por un lado, cierta expectativa del público y, por el otro, se sabía que un segmento de varones estaba molesto por la presencia de ese show en su ciudad.
Obvio, eran tiempos de escasos avances sustanciales hacia la comunidad LGBTQ+ y el machismo afloraba al máximo, todavía más en comunidades rurales. Según me contó Filiberto “Fili” Manzanera, un personaje muy conectado con los actores sociales de ese municipio y aledaños, era un espectáculo nunca antes visto en Guadalupe Victoria.
Había entre los asistentes grupos de muchachas, algunas acompañadas de sus parejas, muy animosas y dispuestas a una clase de diversión algo novedosa para Guadalupe Victoria. La lambada era “la onda”, así que todo mundo practicaba sus mejores pasos en la iluminada pista.
Ya a medianoche, los auxiliares comenzaron a preparar luces, bocinas y aditamentos extras a lo que tenía el lugar, lo cual anunciaba el inminente arranque del espectáculo travesti. Había una buena cantidad de mujeres y pocos varones solos. De cualquier manera, el lugar se veía lleno.
Y en eso, la música se detuvo para dar paso al maestro de ceremonias que, micrófono en mano, agradeció la presencia del público y explicó en lo que consistía “la magia travesti”; fue breve su intervención, pero ni siquiera la terminaba cuando inesperadamente fueron entrando varones por decenas, como si hubieran estado afuera juntos, para llegar en grupitos.
Todos se quedaron de pie, pese a que aún había lugares disponibles para estar cómodos, en el extremo contrario al que habían elegido las mujeres. Unos se notaban nerviosos, otros con cerveza en mano estiraban el cuello hacia el escenario.
Una a una, por la lista fueron desfilando las estrellas de aquel tiempo: Yuri, Pimpinella, Daniela Romo, Ana Gabriel, Lupita D’Alessio, Marisela y hasta Tina Turner y Madonna, en un show donde no se ahorraron en luces ni producción, por cierto.
Las mujeres se deshacían en aplausos y gritos, encantadas con el show, mientras que los varones no parecían salir del asombro, se acariciaban el bigote y se acomodaban el sombrero, no platicaban entre sí. Sólo observaban y bebían. A más de uno le sobresalía la escuadra en la cintura.
Fueron casi tres horas lo que duró el desfile por el escenario, volvió la música y la pista se llenó al ritmo de esa música “disco” que ahora produce nostalgia, pero allí nada de nostalgia, puro movimiento y baile.
A eso de las 2 de la madrugada las mujeres se fueron yendo, pero no los hombres, quienes por alguna razón se iban quedando, cerveza en mano. Las artistas terminaron su presentación y salieron del improvisado camerino a seguirse divirtiendo entre el público.
De salida hacia mi carro, alcancé a ver escenas algo inesperadas de aquellos otrora machos que tanto se habían opuesto al show y ahora andaban en otra actitud, de plano muy comunicativos y relajados con las integrantes del espectáculo travesti.
Al día siguiente se supo que varios de aquellos vaquerones de rostro adusto, hoscos a primera vista, continuaron el baile con las llamadas reinas de la transformación y que, incluso, ya clareada la mañana, se fueron a seguir la parranda al balneario La Concha, en el municipio de Peñón Blanco. Así que eso de “muy hombres” y “supermachos” no era más que una fachada. Ni quién lo habría imaginado.
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