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Para los hermanos Guzmán Franco, ser médico fue un apostolado

Es difícil encontrar un caso similar al de los cinco hermanos Guzmán Franco, una notable familia duranguense oriunda del municipio de Nombre de Dios y posteriormente afincada tanto en Vicente Guerrero como en Francisco I Madero compuesta por cinco varones y seis mujeres, hijos de Jesús Guzmán Simental y Leonor Franco.

A ellos se les reconoce por no pocos méritos, pero su historia como el único caso de cinco hermanos que egresaron de la carrera de medicina del Instituto Politécnico Nacional y que más tarde cursaron la especialidad de pediatría.

Por cierto, hace pocos años el Politécnico develó una placa alusiva al hecho de que nunca en su historia habían pasado por sus aulas cinco médicos cirujanos de una misma familia, y todos con notas muy altas.

En aquel tiempo, los años cincuenta, si era difícil para los varones del medio rural estudiar fuera de su municipio, no se diga para las mujeres; aun así, las hermanas Guzmán se dedicaron a actividades productivas -además de las consabidas labores domésticas- como poner sus propios negocios, desde muy jóvenes.

Los hermanos Guzmán, por su parte, parecían destinados a quedarse a apoyar a su padre en los trabajos del campo, en su rancho “El Muerto”, en el municipio de Mezquital, de no haber sido por la intervención de un maestro de la hoy ESIMA en la ciudad de Durango, donde estudiaban secundaria.

Así pues, el profesor Othón Galindo les debe haber visto interés y disciplina a los jovencitos Manuel y Rafael Guzmán, como para interceder ante el padre, el recio don Jesús, para convencerlo de que sus hijos, quienes escalonadamente cursaban la secundaria, deberían continuar hasta el nivel profesional porque “eran muy inteligentes”.

Según testimonios, el profesor Galindo lo fue convenciendo, no sin gran esfuerzo, de que debía dejarlos ir a la Ciudad de México, porque allá estaban las mejores oportunidades en la ingeniería y la medicina, carreras que ya tenían un sólido prestigio en el IPN, creado por Lázaro Cárdenas en 1936.

Tal vez a regañadientes al principio, don Jesús aceptó enviar primero al mayor de los hermanos, Manuel, a estudiar medicina en la Ciudad de México, entonces llamado Distrito Federal. Después lo alcanzaría Rafael, enseguida Roberto, luego Eduardo y, al final, Jaime, el único de los cinco que sobrevive e incluso tiene su consultorio en Vicente Guerrero.

Uno a uno fueron egresando, los primeros a finales de los cincuentas y los otros en años siguientes y, como todo recién salido de la carrera, realizaron su respectivo servicio social en diversas comunidades recónditas en varios estados, como Yucatán y Colima.

Es interesante el porqué ninguno se quedó en esos lares y todos fueron regresando a su municipio, Vicente Guerrero, donde dejaron huella por su dedicación y servicio desinteresado a la comunidad; sólo el doctor Manuel se asentó en Francisco I. Madero, municipio de Pánuco de Coronado, lugar donde logró una vida profesional, con visos de política y activismo, también muy fecunda.

De esos años a la fecha, en la región del sur del estado -aunque su labor abarcó mucho más allá de Guerrero ó Madero- miles de personas pasaron por sus consultorios, desde gente mordida por algún animal salvaje, hasta niños con enfermedades muy inusuales para la época y de cuyos tratamientos les tocó a ellos ser pioneros, como una cierta cirugía de “punto de cruz”, realizada por el doctor Manuel con éxito en un bebé.

En una ocasión, los doctores Manuel y Rafael hicieron un cálculo de más de 25 mil partos cada uno: “Muchos que han nacido en Guerrero, Súchil,  Nombre de Dios, Poanas, Pánuco de Coronado y más, nos tocó verlos nacer”, comentó, entre risas, Rafael.

Por su parte, el doctor Eduardo Guzmán fue director del Centro de Salud de Vicente Guerrero, donde atendió todo tipo de casos, desde muy sencillos, hasta los que suelen complicarse sin los medicamentos, instrumental o personal disponible. Los fines de semana se daba vuelo atendiendo gente incluso de los municipios zacatecanos de Gualterio, Chalchihuites y Sombrerete.

Roberto, adicionalmente a su trabajo en consulta, también practicaba el acordeón y el tiro; tuvo reconocimiento estatal y regional como tirador de élite; de hecho, los cinco practicaron esta disciplina impulsada desde los años tempranos por su papá, pero de todos destacaron más Roberto y Manuel.

Por cierto, Manuel fue también líder sindical del sector salud, delgado del ISSSTE en Durango y médico particular del gobernador Armando Del Castillo Franco; al mismo tiempo, de alguna manera lideró moralmente a sus hermanos y hermanas hasta su muerte en 2004.

Jaime, el menor, llegó a ser alcalde de Vicente Guerrero, representando al Partido Acción Nacional, es el único de los cinco que sobrevive, en tanto que de las mujeres, es Guadalupe, quien ha sido una emprendedora y mujer de negocios desde sus años más jóvenes, es la única que queda.

El doctor Jaime Guzmán mantiene abierto su consultorio, contiguo a la plaza de Vicente Guerrero y, curiosamente, uno de sus cuñados tiene al lado una funeraria, así que el paciente que por ahí se asoma tiene solucionado su mal, ya sea en el consultorio o con el cuñado del doctor, según este chiste local.

Sin duda es un caso atípico, muy difícil de encontrar en otro lugar o aquí mismo, por eso el Instituto Politécnico Nacional registró el hecho dentro de su historia académica como caso único. En Vicente Guerrero, los cinco han sido objeto de múltiples homenajes, al igual que en Francisco I. Madero. Representan los cinco un capítulo completo en la historia de muchas familias en Durango, indudablemente.

TWITTER: @rubencardenas10

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