Pensé que se llamaba Minimiliano y se apellidaba Lerio: Muñoz Ledo
La orden fue así, palabras más, palabras menos: está en Durango Porfirio Muñoz Ledo y nos pidieron que se le entreviste en el canal a las 2:30 de la tarde. Debe ser una entrevista no tan corta, pues hay que aprovechar su popularidad como líder del PRD para hacerle todas las preguntas y subir nuestro rating.
Y resulta que Porfirio Alejandro Muñoz Ledo y Lazo de la Vega, uno de los políticos y parlamentarios mexicanos más conocidos incluso a nivel internacional -fallecido la semana pasada a los 89 años- vino a respaldar la campaña de su partido de cara a la elección de 1994 rumbo la presidencia de México.
El candidato del PRI era Ernesto Zedillo, sustituto del asesinado Luis Donaldo Colosio Murrieta, mientras que Cuauhtémoc Cárdenas iba por el PRD y Diego Fernández de Cevallos por el PAN. Había más candidatos presidenciales de relevancia, como Cecilia Soto, del PT, entre otros. La verdad, un grupo más sólido que el actual.
Y bueno, la cita con Muñoz Ledo era para la segunda emisión de noticias y llegó exactamente a la hora acordada, por cierto acompañado nada más de Rubén Buenrostro, quien dirigía al perredismo estatal, sin asistentes ni guardaespaldas.
Hombre directo y poco acostumbrado a que se le prohibieran cosas, Porfirio cumplió a medias la regla de no fumar en el estudio; casi abrió la conversación con un: como te apellidas Cárdenas, moralmente tienes un compromiso con el cambio que buscamos.
Por más de 40 minutos abordamos temas diversos, desde la situación del país tras el homicidio de Colosio y la ejecución de José Francisco Ruiz Massieu, las campañas de sus adversarios y una variedad de asuntos de la agenda nacional.
En determinado momento, se refirió al gobernador de Durango en funciones, y no en términos de halago precisamente: fue mi compañero en el Senado y pensé que su apellido era “Lerio”, no Silerio, porque siempre levantaba la mano para decir Sí. Además era opaco en el debate; por eso yo le llamo “Minimiliano”, opinó, con mucha seguridad.
Eso lo dijo Muñoz Ledo, no yo, pero como el aludido no podía reclamarle a él, eligió enojarse con el receptor de esa declaración, que era mi persona, y no tardarían en notarse los resultados de ese enojo por lo que consideró, según supe, un escarnio público que no iba a quedarse como tal.
Al volver del corte, retomó el tema del gobernador, pero ahora para exigirle que sacara las manos de la elección, “porque el pueblo tenía todo el derecho a votar en libertad” y le advirtió que recurriría ante las nacientes autoridades del Instituto Federal Electoral para presentar las denuncias correspondientes por tanta intromisión en el proceso electoral.
Según lo habíamos previsto, la entrevista causó alta resonancia, tanta, que a los pocos días se ejerció la presión suficiente para que dejara el medio de comunicación, luego se acrecentó el acoso y hubo necesidad de dejar el estado durante ese sexenio, lo cual, irónicamente, trajo algunos beneficios colaterales.
Obviamente, de cualquier cosa que haya sucedido nunca culpé a mi entrevistado, nada más lejos de eso; el problema fue la cerrazón política que imperaba desde un partido hegemónico en donde no se tolerarían críticas ni señalamientos, menos en el ámbito público.
Lo interesante fue la actitud de Muñoz Ledo ante todas esas repercusiones. Dos años después de la elección del 94, fue nombrado embajador ante la Organización de Naciones Unidas, con sede en Nueva York, y me hizo una invitación para colaborar con él en esa oficina. Mis caminos eran otros en ese tiempo y simplemente agradecí el gesto.
Unos ocho años después de ese episodio, un empresario duranguense me comentó que, durante una reunión de la Cámara de la Radiodifusión en la Ciudad de México, asistió Muñoz Ledo como invitado y allí, al saludarlo, le reclamó que “faltaba valentía en Durango” para defender la libertad de expresión cuando algún periodista era agredido; le recordó aquella entrevista conmigo y le dijo: pues qué pasa en tu estado con esa impunidad.
En círculos políticos, tanto sus correligionarios como detractores, coincidían en que Porfirio Muñoz Ledo era poseedor de una “memoria de elefante”, hábil como pocos en el debate, siempre con una solución a cualquier problema.
De hecho, políticos de distintos partidos han asegurado que México sería otro si Muñoz Ledo hubiera sido presidente. Lástima que murió sin ver ese cambio por el que tanto luchó, por el que se desgastó e incluso tomó distancia de quienes fueron sus cercanos porque, según decía, ya no abrazaron los ideales de la verdadera izquierda.
En dos ocasiones más que vino a Durango, hubo acercamiento con él y siempre se mostró solidario y empático. Tuvo la amabilidad de hacerme llegar sus dos últimos libros, los cuales conservo con enorme gratitud.
Murió este 9 de julio de causas naturales y dejó un vacío muy difícil de ocupar por cualquier otro pensador; fue de las mentes más brillantes, capaces de desmenuzar a cabalidad el sistema político mexicano. Descanse en paz Porfirio Muñoz Ledo.
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