Al tiempo.

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Presidente ¿no sería bueno que ya se fuera bajando los pantalones?

En octubre de 1981, el 22 y 23, se celebró en Cancún la Cumbre Norte-Sur, llamada oficialmente Reunión Internacional de Cooperación y Desarrollo. El entonces presidente José López Portillo fue el anfitrión de tan glamoroso evento, al que asistieron 22 Jefes de Estado, entre ellos Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Pierre Elliot Trudeau, Zhao Ziyang, Francois Mitterrand, Indira Ghandi, Ferdinand Marcos, y otros altos dignatarios, a quienes no era fácil ver juntos. Los grandes ausentes en la reunión fueron los presidentes de Cuba y de la Unión Soviética.

Por cierto, se aprovechó esa reunión para presentar al recién inaugurado Cancún como el nuevo paraíso caribeño de México, compitiendo con Acapulco, el único conocido y apreciado hasta ese momento como la joya vacacional de aquellos años, donde luminarias del jet set internacional solían organizar las fiestas más extravagantes en sus mansiones fuera de serie. Y era lo que el mundo sabía sobre México, en realidad.

En esta Cumbre, aunque no hubo agenda oficial, se manejaron cinco ejes temáticos: Alimentos, materias primas y energías, cooperación industrial y transferencia de tecnología, comercio internacional y relaciones financieras. Nunca ha vuelto a ocurrir una reunión similar, al menos en tierras aztecas.

Y la jornada previa, López Portillo llegó a Cancún para recibir personalmente a cada uno de los 22 asistentes, por lo que prácticamente pasó todo el día en el aeropuerto. Desde muy temprano estuvo presente en los honores de bienvenida para cada Jefe de Estado: a cada uno le dedicaron salvas de honor, se tocaron los himnos nacionales y hubo la salutación respectiva que forma parte del protocolo.

Claro que, en un punto, la jornada se volvió tediosa para el mismo presidente y sus colaboradores, quienes a lo largo del día repitieron la ceremonia de recepción para cada uno de los invitados. Uno de los cercanos de López Portillo, muy pendiente en todo momento, era el General Miguel Ángel Godinez, jefe del hoy extinto Estado Mayor Presidencial.

Inseparable del mandatario, el militar manejó la logística de bienvenida en forma por demás eficiente. Uno a uno fueron recibiendo a los presidentes y primeros ministros y, ya por la tarde, sólo faltaba el arribo del presidente norteamericano Ronald Reagan; pues bien, en la prolongada espera los alcanzó la lluvia.

Por fin se anunció el aterrizaje del avión presidencial estadunidense y, como la lluvia seguía, no faltó el colaborador que casi se aventó a los pies de López Portillo para arremangarle el pantalón y que no se le fuera a mojar el dobladillo. También le pasó un enorme paraguas y se aseguró que la lluvia no dañara su imagen, puesto que se aproximaba el momento para saludar a Reagan, una vez que descendiera del avión.

Con malos ojos vio el general Godínez el gesto de aquel colaborador tan solícito, pero se abstuvo de intervenir porque notó que su jefe se sintió halagado. Y apenas se dirigían a la pista, cuando se notificó un retraso en la llegada de Ronald Reagan, por lo que  López Portillo, con sus pantalones todavía arremangados, regresó con su equipo a la sala de espera.

Pocos minutos después, el General Godínez le advirtió al oído a su jefe que faltaba muy poco para la aparición de Reagan y López Portillo sólo asintió con la cabeza, como diciéndole “está bien”, pero el militar no encontraba la manera de hacerle ver que,  en el protocolo de bienvenida, la investidura presidencial debe cuidarse, por lo que era impropio estar de pie con el pantalón levantado hasta los tobillos.

Entonces, para el efecto, en más de una ocasión Godinez notificó al presidente la cercanía del momento, hasta que provocó el enfado en López Portillo, quien no gozaba de muy buen talante bajo presión.

-¡Ah, cómo chinga, Godínez! ¡Ya escuché que está por llegar el presidente Reagan!

-Discúlpeme, señor Presidente, pero es que… sería bueno que ya se fuera bajando los pantalones.

-¡Ah, cabrón! Exclamó López Portillo, un tanto desconcertado, ¿pos qué tanto les debemos a esos pinches gringos???

Y bueno, un servidor recogió este relato en la década de los 90’s en la Ciudad de México, entre los reporteros veteranos de la fuente presidencial. Unos decían que habían presenciado el hecho, otros sostenían que el episodio, aunque era cierto, se había convertido en un gran chiste.

“Haiga sido como haiga sido”, parafraseando a Felipe Calderón Hinojosa, la anécdota adquiere credibilidad, toda vez que la protagonizó un mandatario mexicano, que casi siempre se caracterizan por ser ingenuos y malpensados a la vez, (entiéndase lo que realmente se quiso decir).

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