Al tiempo

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“Con ustedes, el gobernador del estado Francisco González de la Verg…”

Francisco González de la Vega e Iriarte ha sido considerado como uno de los mejores gobernantes de Durango, con un sexenio muy fructífero de 1956 a 1962.  Seis años le alcanzaron para construir la carretera Durango-Mazatlán, la Escuela Normal del Estado en su actual sede, el Instituto Tecnológico de Durango, el Instituto Estatal del Deporte, entre otras obras que hoy prevalecen.

Además, en esos años se avanzó en la aún precaria educación estatal, en ampliar la red de electrificación, la apertura de caminos rurales donde sólo había brecha, una mejor planeación de la capital del estado y también se diseñó y puso en marcha el Parque Guadiana, muy parecido a como lo conocemos hoy.

Antes de gobernar Durango, fue titular de la Procuraduría General de la República (1946-1952), donde se distinguió por su rectitud y honestidad y eso hizo aumentar su prestigio como especialista del Derecho, no sólo en el contexto nacional, sino internacional.

En este contexto, varias obras de Derecho le pertenecen y se le reconoce como un notable catedrático de la UNAM y la Escuela Libre de Derecho. Ya cuando dejó la gubernatura, se convirtió en senador de la República y después tomó el cargo de embajador tanto en Argentina como en Portugal.

Quienes tuvieron trato directo con González de la Vega lo recuerdan como un caballero en todo lo que eso significa, siempre atento y afable. Su mandato transitó por la segunda mitad del siglo pasado y aquel Durango tradicional, callado y tranquilo, tenía características totalmente diferentes a las actuales.

Claro está, la vida transcurría sin las prisas de esta época y Durango capital tenía una población muy manejable para el tamaño de la ciudad; eso sí, abundaban los eventos sociales, deportivos, políticos y estudiantiles, en los escasos foros que existían o que apenas estaban en desarrollo.

Eso no quiere decir que a González de la Vega le tocara un tiempo fácil; gobernar una entidad que apenas despuntaba en el plano nacional (y que en muchos aspectos siguió en el rezago, desgraciadamente), con una infraestructura urbana insuficiente y, además, con muchas resistencias al cambio de parte de una élite, era un gran desafío.

Empero, como tenía muy buena relación con el centro -incluso el presidente de la República, Adolfo López Mateos, lo llamaba “maestro” y lo saludaba con notoria deferencia- contó siempre con el respaldo presidencial y por eso hubo importantes avances en diversos rubros; o sea, nunca alardeó de su cercanía con el presidente, pero la aprovechó para beneficio del estado.

González de la Vega fue, pues, sobrio en el decir y muy dinámico a la hora de trabajar. Cuentan que sus colaboradores sudaban y sufrían porque les exigía resultados sin excusas, pero que nunca les daba malos tratos ni los humillaba; en pocas palabras, era un jefe que pedía y daba respeto.

De hecho, se sabe que solía invitar a su equipo de confianza al despacho del Palacio de Zambrano simplemente para platicar, bromear y relajarse. Se sabía que estaba en modo relajado porque se llevaba la mano derecha a la oreja izquierda para darse “masajito”.

Y una de las anécdotas más recordadas de su mandato fue cuando, en alguno de tantos eventos públicos de entrega de obras, el gobernador González de la Vega no llegaba y los organizadores y colaboradores ya comenzaban a inquietarse por el retraso.

El encargado de sonorizar ese y todos los eventos del gobierno estatal, o sea Francisco “Panchito” Sosa (qepd), tenía todo listo y verificaba los micrófonos. Por su parte, el muy conocido Eleuterio Mercado -“Tello” Montes (qepd)- maestro de ceremonias por muchos años y una de las voces que se quedaron como parte de la historia de Durango, se cruzaba de brazos y caminaba nervioso en la prolongada espera.

Y quizá para aligerar la espera, ambos comenzaron a bromear entre ellos y se le oyó decir a don Tello: “¡Pues que no llega el señor gobernador Francisco González de la Verg…!”, lo que provocó risas en quienes estaban muy cerca. Al rato, Panchito Sosa le recomendó a Tello: “Ya no sigas, porque se te va a salir a la mera hoy y a ver cómo te va con el jefe”.

Y su recomendación resultó profética. Al llegar el gobernador, don Tello anunció con gran energía: “¡Ya se encuentra entre nosotros el gobernador del estado, el licenciado Francisco González de la Verg…!”. Se hizo un silencio tenso, aunque el mandatario siguió el protocolo con normalidad, como restando importancia al desliz fonético.

Obviamente, Tello no podía ocultar su preocupación y presentía que lo iban a llamar a cuentas; incluso se hizo a la idea de que, pese a su profesionalismo de años, podría ser despedido por ese error. Pronto le llegó la notificación de que lo quería ver el gobernador y ya nada más dijo: “Que sea lo que Dios quiera”.

Tras el escritorio, González de la Vega se llevó la mano derecha a la oreja izquierda y se masajeó:

-Tellito ¿escuché mal mi nombre o usted se equivocó? preguntó en un tono de lo más tranquilo.

-No, señor gobernador, escuchó bien; me equivoqué de la peor manera, contestó con honestidad el aludido.

-Bueno, pues concéntrese mejor para que no vuelva a ocurrir ¿eh? Siga en sus cosas, le dijo.

Y ahí acabó el incidente.

No volvió a replicarse esta ni otra equivocación, ni el gobernador volvió a recordarlo jamás, al menos que se supiera. Eran políticos sensibles, empáticos, seguros de lo que eran y sabían hacer; no se atrapaban solos en telarañas que alguien les tejía en sus mentes. Aún los hay, pero en ese entonces casi todos los políticos eran de una sola pieza. Al tiempo.

TWITTER @rubencardenas10

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