Fueron más de tres horas de correr entre los plomazos
Aquel 16 de junio del 2008 a las 3:30 de la tarde, salí del estudio de grabación del noticiario que entonces dirigía, trasmitido por radio y televisión, para dirigirme a donde me esperaba mi familia. Fue curioso percibir un ambiente distinto al de otros días, cuando nada en realidad anunciaba novedades.
Sin embargo, apenas dejé el estacionamiento y avancé dos calles rumbo al bulevard las Rosas pude ver, en una de las aceras, a varios hombres con armas largas, vestidos de negro y con pasamontañas, que abordaron varias camionetas negras. O sea, una escena nada común por esos rumbos, aun cuando era un año convulso en gran parte del territorio nacional.
Quise pasar de largo porque intuí un enfrentamiento, pero, casi sin tiempo de pensarlo, cambié de opinión y llamé a mi compañero Luis Lozano para hacer la cobertura de cualquier cosa que fuese a suceder, aunque nadie sabíamos que esa balacera duraría cuatro horas. Apenas terminamos la llamada, sonaron los primeros estruendos.
En la esquina de Nardo y Mimosa, en Jardines de Durango, tuvo lugar el primer encontronazo entre los atacantes y varios agentes de la entonces Dirección Estatal de Investigaciones; fuimos el primer medio de comunicación en estar allí y no nos permitían acercarnos, pero en ese momento llegó el general Moisés Melo García comandante de la Décima Zona Militar, acompañado por una escolta no menor a los diez elementos castrenses y nos dio el acceso: “Pásele, nomás con mucho cuidado”, nos dijo.
Los primeros metros de recorrido no parecían tan riesgosos, sobre todo porque andábamos cerca del mando militar y su guardia de seguridad. Sin embargo, al grabar imágenes de camionetas abandonadas, con armas por todos lados y hasta granadas, rastros de sangre y hasta el cuerpo inerte de un elemento de la Policía Estatal, quedamos, sin darnos cuenta, sin la cobertura de los militares.
Creíamos que había sido todo, pero fue sólo el fin del primer tiroteo. Agentes de la DEI muy pronto nos pidieron que dejáramos el lugar, pero los disparos se escucharon en distintas direcciones, por lo que decidimos seguir a los elementos policiacos, que no se sentían cómodos al tenernos cerca.
Corríamos por una calle, luego por otra, nos ordenaban tirarnos en una banqueta; algunos agentes andaban en azoteas, sicarios corrían disparando y todo era un caos. Entre tanto trajín llegaron dos helicópteros y descendieron en el enorme terreno ubicado atrás del centro comercial; fue el principio del final de la reyerta.
Se llevaron a los detenidos por aire y todo comenzó a estar más en control. Oficialmente informaron que fueron dos, un muerto y un herido. Nosotros vimos más heridos y otros detenidos, pero no hubo mayores datos sobre el tema.
Ya libres de todo peligro, decidimos regresar al estudio, revisar el amplio material de video y entrar al aire en una emisión extra. Teníamos información para dar pormenores de esos hechos durante más de una hora, con facilidad.
Justo al preparar el noticiario, nos enteramos de que dos sicarios habían despojado de un auto de la institución a uno de nuestros compañeros, a quien de milagro dejaron con vida. El vehículo fue reportado, pero jamás recuperado, por cierto.
También supimos que, mientras nosotros estábamos prácticamente atrapados en el tiroteo, algunos delincuentes intentaron introducirse al área de la Universidad. Alumnos del Colegio Inglés, que realizaban una actividad extra esa tarde, fueron especialmente resguardados.
Salimos al aire a las 7:30 de la tarde y narramos los acontecimientos con el mayor detalle posible, puesto que estuvimos tan de cerca. Incluso nos solicitó material el noticiario estelar de Televisa con Joaquín López Dóriga. De otros estados nos pidieron material de video, datos y entrevistas.
Total, acabamos la jornada cerca de las 10 de la noche. En el olvido quedó la comida y la cena; era más importante bañarse y descansar para preparar la primera emisión de la mañana, que sería diferente a las demás, dados los eventos del día anterior.
Fue entonces, al escuchar el agua en la regadera, cuando tuve una sensación extraña, entre miedo y culpa. Me alcanzó la reflexión de lo absurdo de no medir riesgos, de no pensar en mi integridad física ni en la de mi familia. Casi ni dormí. En mi mente seguía escuchando disparos, gritos y pensé en la fragilidad de la vida. Por muchos días tuve estrés postraumático, o cruda moral, como se le quiera llamar.
Para mis adentros me comprometí a no volver a buscar semejante peligro y lo cumplí un tiempo. Luego, me ocurrió algo similar en una persecución por bulevard El Factor, otra vez en aquellos hechos del cruce de bulevares Domingo Arrieta y Durango, nada raro en el Durango tan lleno de violencia de esos años. Recordé que al periodista los persiguen los hechos y es necesario narrarlos para vivir plenamente la realidad. Así de sencillo.
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