Al tiempo

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Aquella atropellada tarde de caídas y raspones en Patinerama

Corría el verano de 1985 cuando mis dos hermanos mayores, que tenían años viviendo fuera de la casa materna, coincidieron en pasar algunas semanas con la familia. Encontraron Durango un poco cambiado, así que decidieron hacer un recorrido por el centro, en una especie de reencuentro con su ciudad natal. Me pidieron acompañarlos y acepté, dado que no todos los días había esa oportunidad.

Esperanza llegaba de la Ciudad de México, donde ejercía como trabajadora social en el entonces Instituto Mexicano de Asistencia a la Niñez (IMAN), y Marco venía de Francia, donde cursaba un postgrado en Comunicación Psicológica de las Masas, por la Sorbona de París.

Esa tarde calurosa salimos los tres a caminar sin un propósito fijo, aparte de ver y recordar andanzas por Durango, luego de varios años de haberlo dejado para seguir en el camino de la vida, como otros muchos coterráneos.

Recorrimos la Plaza de Armas, el Edificio Central de la UJED, entramos a la Catedral, pasamos por los edificios que albergan ahora los teatros Victoria y Ricardo Castro, para luego refrescarnos con una buena nieve en San Agustín, negocio que, por cierto, prevalece hasta la fecha.

Al pasar por calle Florida, rumbo al Parque Guadiana, de pronto vimos un lugar, seguramente recién inaugurado, que nos llamó la atención: Patinerama, donde hoy funciona un estacionamiento, al lado de la Secretaría de Turismo. Era un espacio  amplio, con una enorme plancha de cemento pulido y con tubos metálicos fijos a la pared para sujetarse.

Se trataba de un sitio especial para patinar; muchos lo deben recordar con nostalgia, porque en ese tiempo era único y en las tardes estaba lleno, había música “disco” y mucho ambiente; o sea que fue de los primeros lugares con esas características en un Durango donde los jóvenes no tenían grandes opciones de esparcimiento.

Y allí se daban vuelo chicos y grandes luciéndose, aunque había muy pocos expertos en ese deporte tan novedoso en la ciudad. Era todo un espectáculo ver a tanta gente alegre, enjundiosa, tratando de no caerse, “haciéndole la lucha” en sus patines de cuatro rueditas, que ahora parecen tan antiguos.

Parecía tan fácil deslizarse por la pista, que no dudamos en unirnos a tan animoso y heterogéneo grupo, al fin que la renta de patines era por una hora y en ese tiempo ¿qué podría pasarnos?, si los que se caían igual se levantaban sin ninguna pena.

De los tres, Esperanza era la más temerosa; comenzó a dar pasitos agarrada de los tubos, pero ni bien se soltaba y se caía, así que no se arriesgaba mucho al principio, sobre todo porque no había coderas o rodilleras ni casco para renta y más bien la patinada era casi a valor mexicano.

Como sea, los tres nos lanzamos a la pista, tomados de la mano; Marco era el único con  experiencia en esas lides, así que trató de ayudarnos y nos impulsó una y otra vez, pero, como no “dábamos el ancho”, tal vez se desesperó y optó por agarrar vuelo solo. ¿Y quien lo podía culpar, si nosotros dos no salíamos del mismo lugar?

A mi hermana y a mí nos fue muy difícil avanzar sin soltarnos del barandal. Casi enrollaba yo el brazo completo en el tubo para no dar contra el piso; la rigidez de mis piernas me impedía dar cualquier paso y era enorme el esfuerzo para seguir en pie.

La pobre de Esperanza, de plano, se quejaba de no pasar del suelo, aunque no era la única, pero cierta dignidad le impedía quejarse como otros lo hacían; algunos pasaban como bólidos y se reían de nuestra desgracia, algunos nos ignoraban, pero nadie ofreció ayudarnos. No supimos si había o no instructor, tal vez sería alguno de los que mostraban mejor técnica.

Fueron minutos larguísimos, parecía que las manecillas del reloj se habían detenido. Esa hora en Patinerama fue larga y angustiante; el mejor momento fue cuando sacamos los ya húmedos botines de los pies y los entregamos en ventanilla. Ya en la calle, explotamos en carcajadas por nuestro mal papel, al menos de nosotros dos, y en broma le reprochamos a Marco por dejarnos a nuestra suerte.

La enseñanza mayor nos llegó al día siguiente cuando el dolor en rodillas, muslos y brazos nos obligó a quedarnos quietos. Hasta la fecha no he vuelto a patinar, Esperanza menos, y Marco lo sigue haciendo y hasta en hielo. Cada quien en lo suyo, no cabe duda.

TWITTER @rubencardenas10

1 comentario en “Al tiempo”

  1. Recuerdo bien el lugar, aunque no tengo recuerdos de haber patinado ahí. Bonito el ambiente de aquellos años en Durango.

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