Al tiempo

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Nunca será jefe de redacción, ni subdirector en este periódico: Ramos Nava

Daniel Ramos Nava, uno de los periodistas de más fecunda trayectoria en Durango y un referente para varias generaciones, dejó de existir este jueves debido a un traicionero infarto. Fue director de los diarios nacionales Novedades y El Sol de México; como reportero estuvo de corresponsal en Washington, D.C y su cobertura de la guerra de Vietnam no fue menos que histórica.

Ya de vuelta en su tierra, don Daniel dirigió El Sol de Durango y después fundó el diario regional Cima, de corta vida, pero gran influencia en Zacatecas, Sinaloa, La Laguna y el propio Durango.  Además del periodismo escrito, incursionó en el periodismo radiofónico y televisivo.

Tuve el privilegio de conocerlo a finales de los ochentas en la Ciudad de México; nos enlazó Emilio Mátar (qepd), periodista duranguense que en ese tiempo fungía como redactor en el Senado. Desde el principio, supe que tendría en Don Daniel un verdadero mentor, llegase o no a ser mi jefe, lo cual sucedería después precisamente en el Cima.

Para la memoria quedaron muchos de sus editoriales, como aquel de “La gente habla”, publicado al final del sexenio de Armando Del Castillo Franco, entre otros que documentan cuestiones inéditas de los sucesos políticos del momento; se dedicó también al activismo social, en una intensa campaña en contra de dinamitar el picacho del Cerro del Mercado, símbolo de la ciudad durante varias décadas.

En fin, después de varias pláticas en CDMX sobre lo que podríamos hacer trabajando en equipo, don Daniel me pidió que volviera a Durango para ayudarle a fundar un diario regional, el Cima, que circularía en Durango, La Laguna y Zacatecas, para después abarcar las principales ciudades del Pacífico, desde Mazatlán hasta Tijuana.

Después de no poco análisis, accedí a colaborar en este proyecto con don Daniel a la cabeza y me ofreció la Edición de Asuntos Especiales.  A mi cargo estaban tres reporteros investigadores, dos trabajadoras sociales -que hacían labor de hemeroteca y notas en la calle, principalmente- y un fotógrafo. Con ese equipo, logramos alcanzar metas muy importantes.

Una mañana de tantas, mi mentor- director me mandó llamar a su oficina y, ni bien había cerrado la puerta, me la soltó directamente: “Nunca lo voy a hacer subdirector de este periódico, ni jefe de redacción”. De repente no supe si era regaño o advertencia, así que sólo me senté, expectante.

De inmediato me aclaró el punto, mirándome fijamente detrás de sus pequeños lentes a media nariz: “Es que no quiero que le suceda lo que a mí”. Y procedió a contarme su historia en el diario Novedades, cuando, siendo la estrella de la reporteada, lo hicieron jefe de redacción y dejó la calle, los eventos, las investigaciones especiales, para cotejar la información y presentar las noticias al día siguientes en papel.

“Es muy joven para sentarlo en el escritorio, así es que ayúdeme en algo más”, me pidió, o más bien me ordenó. Asentí sin pensarlo y sin saber que ese “algo más” era hacer todo el seguimiento editorial de Cima, coordinar el trabajo con las ediciones de La Laguna y Zacatecas, entre otras tareas, lo cual era mucho más trabajo que ser subdirector o jefe de redacción.

Allí comenzó para mí una etapa de viajes, de búsqueda de la noticia a todos niveles y por todas partes, desde lo recóndito de la sierra hasta las playas más paradisíacas, en toda clase de transporte, desde avionetas con apenas la mínima presurización y mantenimiento, hasta jeeps todo terreno y jets privados.

Don Daniel Ramos Nava nunca me publicó un trabajo periodístico en páginas interiores, sino siempre en primera plana, un privilegio para cualquiera, pues. Me tocó acompañarlo a diversos encuentros con personajes del momento y aprendí mucho de sus pláticas enriquecedoras, las anécdotas de Washington, sus aventuras en la capital de Vietnam, los peligros que sorteó aquella fatídica noche de Tlatelolco, en fin, de todo ese periodismo que se desvaneció un poco con la tecnología.

Fue mi único jefe a la hora del quehacer periodístico en Durango y siempre sabía hacer lo correcto en el momento indicado. Actuaba sin presiones y era experto en medir riesgos. Al menos en cuatro ocasiones me advirtió de lo que podría venir si se publicaba un determinado caso, aunque nunca dejamos de publicar nada y asumía las consecuencias junto conmigo.

Extrañaré los cafés de los últimos años en el Casablanca y las boleadas de zapatos con los “güeros” en la Plaza de Armas, nuestras actividades obligadas cuando venía de Torreón, donde decidió vivir en estos últimos años. Se fue, pues, el decano del periodismo en Durango, pero su legado se mantendrá vivo por siempre. Descanse en paz.

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