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“El grande”, un carterista escurridizo y mujeriego

Por su estatura cercana a los dos metros, le era difícil haber tenido un mote distinto a “el grande”. No llegaba a los cuarenta años de edad y una buena cantidad de estos los había pasado en prisión como reincidente consuetudinario que era, porque desde muy pequeño se dedicó a robar.

En esa astucia mal dirigida, Juan Gálvez, que quizás vivía por los rumbos de Porras y Santa María, en la zona centro de la ciudad de Durango, era un carterista de “alta escuela”, que se fue volviendo un “experto” en hurto al transeúnte y robo a casa habitación.

Y así como era hábil en apoderarse de lo ajeno, lo era para enamorar mujeres. Los rumores le adjudicaban de entre tres y cinco parejas, todas con hijos suyos, en distintos rumbos de la ciudad. A todas las mantenía, eso sí, con los recursos de su actividad ilícita. 

Era de tez morena y complexión delgada, usaba el pelo largo y relamido por tanta “brillantina” para lucir bien acicalado, ya que en esos años no existía el gel. A veces traía barba larga y otras veces se le veía bien rasurado, tal vez para despistar a la policía.

Caminaba erguido, sin mirar a nadie, e incluso parecía algo ensimismado, de modo que era difícil sospechar -a simple vista- que estaba al acecho de cualquier oportunidad de robo, aunque era conocida su actividad por varias zonas.

En aquellos años, finales de los setenta, se le veía cuando menos una o dos veces a la semana precisamente por la calle Santa María, donde se rumoraba que tenía una familia, pero nadie estaba seguro de que fuera su lugar de residencia. No solía hacer amistad con la gente del barrio, ni de ese ni de otro.

Llamaba la atención su rápido caminar y se le veía con cierto temor, conforme su mala fama se extendía en la ciudad. Normalmente andaba con una gabardina oscura larga y las manos en los bolsillos, como ocultando algo.

Se contaba que, en una ocasión, su hija de unos 12 años se quejó con él porque la habían insultado en los lavaderos de la vecindad donde vivía y el padre le dijo, a manera de consuelo, que debería haber atacado a su agresora con el cuchillo que tenía entre los trastes que estaba lavando. 

También contaban los vecinos de Porras que cuando visitaba a su mujer e hijos, una de sus varias familias, dejaba en la basura rastros de sus hurtos, como monederos y bolsas vacíos, obviamente ya sin las identificaciones u otros documentos que podrían haber dado pistas del dueño o dueña.

Si transcurrían las semanas y “el grande” no aparecía por ese barrio, era señal de que estaba detenido, ya fuera en el CERESO o cumpliendo sus respectivos quince días en la Inspección General de Policía de aquel tiempo, el famoso “mercadito” de Independencia y Felipe Pescador.

De hecho, “el grande” fue un personaje muy recurrente en las crónicas policiacas del periodista Juan “Nepo” Romero en su columna “Los aristócratas del mercadito”, la más leída de El Diario de Durango por varios años.

Tampoco en el CERESO se quedaba por largo tiempo; las autoridades lo dejaban salir en pocas semanas, aunque de antemano sabían que no iba a abandonar su actividad delictiva ni dedicarse a otra cosa, por más advertencias y amenazas de que a la próxima lo dejarían años tras las rejas, lo cual nunca sucedió. 

De hecho, uno de esos jefes policiacos, que llegaría a procurador de justicia después, por cierto, se la sentenció con franqueza: “A la siguiente vez que te agarre, ya no saldrás vivo”. Esa drástica advertencia lo asustó, al parecer, por algún tiempo, pero no tardó mucho en volver a las calles.

Muy comentada fue su última detención en el “mercadito”, porque ideó una manera de escaparse, poniendo a cantar fuerte, toda una tarde y noche, a su compañero de celda, mientras él cortaba los barrotes con una segueta, la cual nadie supo cómo había llegado a sus manos.

Obvio que la cantada ocultaba el ruido de la segueta y así logró hacer un rectángulo en el techo, por el que escapó. Esta fuga fuera de lo ordinario hizo ver tan mal a las autoridades ante la sociedad, que establecieron operativos extraordinarios para recapturarlo y al poco tiempo lo lograron.

Se dio a conocer su aprehensión y poco tiempo después trascendió su muerte dentro de la cárcel, aunque nunca se dijo la causa. No se supo si se había cumplido esa amenaza del jefe policiaco y nadie investigó tampoco. Las andanzas de “el grande” tuvieron un final inesperado: simplemente desapareció, así como todo lo que robaba.

CUENTA EN X: @rubencardenas10

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