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Rápido descendieron de “la julia”, pero sólo para ser acribillados 

Hace poco más de medio siglo, en un negocio del crucero de Avenida 5 de Febrero y Libertad, ocurrió uno de los hechos de sangre más indignantes que se habían visto en Durango capital, la cual hasta entonces reflejaba muy bien eso de “callada y tranquila ciudad colonial”.

Dos policías municipales fueron acribillados a mansalva por un par de maleantes que huyeron con un cuantioso botín, obtenido de la miscelánea “Libertad”, un próspero negocio propiedad de dos adultos mayores muy estimados en la zona, don Pedro y doña Aurelia.

Era una noche de sábado y don Pedro se disponía a retirarse a descansar, cuando dos empistolados lo encañonaron y lo obligaron a cerrar. A punta de amenazas lo sometieron, lo mismo que a su mujer, que se encontraba en la trastienda preparando la cena, como cualquier noche normal.

Sólo que esa no tendría nada de normal, porque el asalto les cambiaría la vida para siempre, al grado que él terminó enfermando después del violento episodio y murió de un infarto meses después y ella quedó en la calle, no se sabe bien cómo, pero viviendo de la caridad de los vecinos.

Los delincuentes no sólo les quitaron, pues, el dinero de la venta del día y todos sus ahorros, sino su tranquilidad y pacífica manera de vivir. Dos adultos trabajadores y honestos, sin hijos, que luchaban día a día para construir un patrimonio, terminaron golpeados y torturados sicológicamente por sujetos sin la menor conciencia de la injusticia cometida.

El negocio en cuestión estaba ubicado en una esquina muy visible, así que no faltó quien se percatara de que algo raro estaba ocurriendo adentro y dio parte a la policía. En ese entonces, a las unidades policiacas se les conocía como “julias”, que eran camionetas anteriores a las tipo Suburban, muy robustas y con amplia capacidad.

La Policía Municipal tenía sus cuarteles en calle Victoria y 20 de Noviembre, donde hoy se asienta el Cabildo y compartía espacio con el Heroico Cuerpo de Bomberos. Era un Durango de poca población, así que cuando mucho serían tres o cuatro patrullas para vigilar toda la ciudad y unos cuantos elementos prácticamente desarmados.

Hasta eso que no tardó mucho en llegar la “julia” al lugar de los hechos, con cuatro policías; dos de ellos se bajaron sin medir riesgos, macana en mano (en esos años ni siquiera llegaba a tolete), sin un arma de fuego siquiera de calibre menor, y se dejaron ir directamente sobre la puerta, que era la única forma de entrar.

Los asaltantes, que seguramente ya habían escuchado las sirenas, sí estaban bien armados y, apenas entraron los policías, les vaciaron la carga. Ambos murieron al instante, sin poder defenderse; sus uniformes azules quedaron teñidos de rojo, mientras que los ladrones salieron corriendo rumbo a la colonia Hipódromo. Nadie pudo alcanzarlos. 

Ya para ese momento, había gran movimiento en la colonia; los vecinos no podían creer lo sucedido y había mucho temor. En cuestión de una hora, la tienda de don Pedro Huízar quedó convertida en un escenario de muerte, llanto y confusión.

Dicen que quien más lagrimas derramó, de impotencia y coraje, fue el jefe policiaco de ese entonces, Arturo González Anguiano, que juró hacer justicia a los elementos ultimados de tan cobarde manera. 

En el barrio y los alrededores, ese hecho fue el eje principal de todas las conversaciones en hogares y negocios. Frente a la tienda estaba la Lavandería Moderna, en Reforma y Pino Suárez; había otra tienda llamada “Reforma” y una cuadra más abajo “El Porvenir.

Hacia el otro extremo de Pino Suárez, en la esquina con Porras, estaba “El Gallito” y casi cruzando Cuauhtémoc, también sobre Pino Suárez, estaban los Baños San Antonio y, en la esquina de Voladores, la también tienda, porque casi nadie utilizaba la palabra “miscelánea”, “La Salida del Sol”.

En todos esos lugares se recreó el triste episodio de lo que pasó con don Pedro y doña Aurelia y ya nadie recordaba lo serio y circunspecto que era el tendero, hombre de pocas sonrisas, pero servicial y trabajador, el primero que tuvo bicicleta con motor en el vecindario, y ahora lo mal que andaba su salud después del asalto.

Pocos meses más tarde, se supo que había fallecido; “fue el susto”, decía la gente. Su esposa quedó desamparada, pero un alma caritativa le proporcionó una habitación para que tuviera donde dormir, muy cerca de la lavandería Moderna. Se le veía salir en las mañanas a pedir limosna, batallaba para caminar y en un lapso corto acabó también su sufrimiento.

Algunos de los pocos vecinos que aún quedan en el barrio -porque ahora abundan los negocios- aseguran que trató de mantener la tienda una sobrina de don Pedro, pero tuvo que  cerrar por incosteabilidad, ya que nada fue igual sin el dueño original tras el mostrador. Ya hace 42 años que tiene un giro comercial totalmente diferente.

Respecto a los asaltantes, nunca se informó oficialmente de su captura, pero se esparcieron versiones de que no tardaron en ser aprehendidos y ejecutados de manera extrajudicial, o sea que se vengó a los elementos caídos, como lo había jurado aquel jefe policiaco frente a los cadáveres. De las historias que marcan nuestros barrios y queda allí el recuerdo.

 CUENTA EN X: @rubencardenas10

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