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Mesa de Tortugas, una historia tan impune como las de hoy

Y si los enfrentamientos entre militares y grupos criminales no son asunto nuevo, sino que han ocurrido desde décadas atrás, hacia 1980, cuando la Defensa Nacional se encargó formalmente de combatir la siembra, cultivo y trasiego de las drogas, en los últimos tiempos se han intensificado en frecuencia y letalidad.

Alrededor de la mitad del sexenio de José López Portillo, de 1976 a 1982, adquirieron fama las campañas permanentes “Operación Cóndor” contra la producción de drogas en la Sierra Madre Occidental, que luego se transformarían en las “Operaciones Pacífico”.

En ambos operativos, los militares coordinaban acciones por todo el país -con énfasis en Sinaloa, Durango y Chihuahua, con extensión a Jalisco y Michoacán- con agentes de la Policía Federal perteneciente a la entonces Procuraduría General de la República.

Ocurrió entonces, en 1989, un hecho que despertó la atención nacional: en el poblado Mesa de Tortugas, municipio de Otáez, se registró un encontronazo entre soldados y un grupo de la delincuencia, con saldo oficial de siete militares muertos y varios heridos, aunque habrían sido muchos más. No se supo de bajas entre los maleantes, que luego fueron identificados como una célula de los hermanos Levario Quiroz, muy temidos en esa zona.

Fue una noticia “bomba” en todo México, porque no había antecedente de esa dimensión, al menos públicamente, pese a que algunas historias del Triángulo Dorado se refieren a matanzas como esa y peores, aunque no todas salían a la luz.

Así que el enfrentamiento en Mesa de Tortugas produjo muy alta resonancia aquí y en todo el país, pese a la poca información que fluía. Claro que se trataba de un asunto de gran interés periodístico y decidí darle seguimiento a los hechos, más todavía a petición de varias familias de Santiago Papasquiaro que conocían a algunos de los fallecidos.

Y como a la noticia del momento nunca se le dice que no, en tres horas ya estaba yo con los binoculares bien puestos en el fraccionamiento ubicado frente al Batallón de Infantería de esa población. Me enteré que la mayoría de los soldados caídos eran del sur del país, de Oaxaca principalmente, de modo que sus familiares sabían muy poco sobre lo sucedido. 

De hecho, sólo les habían informado que su hijo, esposo o hermano había muerto en la batalla, en defensa de la patria, pues, aun cuando eso estaba sujeto a interpretaciones, de acuerdo a lo que se oía en los poblados de alrededor, como Ojito de Camellones, en lo intrincado de la sierra.

La gente aseguraba que una avioneta había descendido con droga en la pista de Mesa de Tortugas y, mientras el grupo de narcotraficantes comenzaba a bajar la carga, aparecieron los elementos militares y comenzó el fuego cruzado.

Había transcurrido apenas un día y medio del enfrentamiento y ya varios helicópteros emprendían el vuelo y otros aterrizaban en el cuartel militar de Santiago Papasquiaro, en un movimiento totalmente inusual que revelaba el tamaño del tiroteo. 

A través de los binoculares se podía comprobar que bajaban camillas con posibles heridos, pero nadie daba un parte oficial, así que era necesario buscar otras opciones informativas, como los operadores de radio que se comunicaban de los aserraderos en la zona de Ojito de Camellones.

Y fue así como, durante varios días consecutivos, pude ir armando la crónica del recuento de los daños, o sea los choques posteriores, porque la persecución de los militares se volvió feroz en contra del grupo comandado por los Levario Quiroz.

Una semana después, trascendió la versión de que no se les había podido dar alcance por la sierra y que en la huida habían llegado hasta el poblado Ceballos, municipio de Mapimí, donde arbitrariamente concentraron en la plaza principal a toda la población y ahí la retuvieron durante varias horas, sin que alguna autoridad tratara de hacerles frente.

Por supuesto que con urgencia fue necesario dejar Santiago Papasquiaro y seguir la investigación en Ceballos, donde nadie quería negar o confirmar lo ocurrido. Empero, no faltó quien dijera que el cura del lugar, Pedro Valdez, había platicado por varias horas con los Levario, en supuesta buena lid, mientras la gente estaba retenida.

En efecto, el párroco Valdez, quien antes se encargaba de la parroquia de El Calabazal, cerca de Vicente Guerrero, reconoció sin chistar que había hablado con ellos, incluso que se confesaron y le solicitaron bendecir algunas armas y crucifijos de oro que llevaban al cuello, para enfrentar con esa “protección” a sus enemigos, como un comandante de la Policía Judicial Federal, Elías Ramírez.

Ya en confianza, el padre Valdez admitió que le habían dado un muy buen fajo de dólares por  el agua bendita sobre crucifijos y armas de grueso calibre. También afirmó que no habían tratado mal a la gente mientras la tuvieron en la plaza y que no hubo intención de hacerle daño a nadie, que simplemente los concentraron para poder irse sin ser perseguidos con dirección a Parral para enfrentarse con el grupo de Elías Ramírez.

No había más que seguir la huella de los Levario hasta esa ciudad para saber por qué buscaban a ese policía de la PJF o por qué acudían a una cita con él, aunque no fuera amistosa, si lo correcto era detenerlos, no citarlos o negociar con ellos, por haber ultimado a siete militares en la pista de Mesa de Tortugas.

En un bar de Parral me enteré del expediente de Elías Ramírez: era oriundo de Santa María del Oro y su trayectoria no era grata, sino más bien llena de violencia, así que no era previsible un encuentro pacífico con sus enemigos, los Levario Quiroz. Lo sorprendente fue que los policías federales y los bandoleros habían tenido una reunión sin sangre de por medio, algo así como un acuerdo.

Para ese entonces parecía ser que yo era el único que andaba en busca de los Levario Quiroz, si ni siquiera la policía los estaba buscando por delito alguno, menos por lo de Mesa de Tortugas. En esa reflexión estaba, cuando alguien se me acercó en el bar para “recomendarme” mejor no seguir escribiendo del asunto, porque en Parral había “gente mala” y que mejor regresara a Durango de inmediato.

Sigo agradecido hasta hoy con tal recomendación; salí del lugar y hasta dudé pasar por mis cosas al hotel, pero al final lo hice, muy rápido por cierto. Le metí velocidad al Dart-K que manejaba y cuando vi el monumento a Guadalupe Victoria, a la entrada de la ciudad, volví a respirar tranquilo. Nunca se supo de la aprehensión de esos criminales, ni más del caso. Es decir, como hasta hoy con sucesos similares ¿O no?

CUENTA EN X: @rubencardenas10

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