Sabían que iban a morir, pero no se “rajaron” en el asalto al Cuartel Madera
Probablemente muy poco han escuchado las generaciones de hoy sobre Arturo Gámiz García; si acaso, que una colonia de Durango capital lleva su nombre, pero fue un duranguense precursor de los movimientos de izquierda, que murió por sus ideales de ver un México más equitativo, una sociedad menos dispareja e injusta que la de su tiempo, algo que suena lamentablemente muy familiar para una mayoría de mexicanos.
Gámiz nació en el municipio de Súchil en febrero de 1940 y fue ultimado al amanecer del 23 de septiembre de 1965 tras el ataque al cuartel militar Madera, en Chihuahua. Por cierto, el mejor testimonio de esa sangrienta madrugada fue plasmado por Carlos Montemayor en “Las armas del alba”, quien después recreó otro pasaje sobre el mismo hecho en “Las mujeres del alba”, en lo que constituye, esta sí, la verdad histórica de lo sucedido.
Arturo Gámiz fue el mayor de cinco hermanos y, cuando niño, su familia emigró de Durango a Chihuahua. No pasó mucho tiempo en el estado, pues terminó su primaria en la Ciudad de México como alumno destacado.
En el prestigiado Instituto Politécnico Nacional estudió la secundaria, preparatoria y vocacional. Fue en ese tiempo cuando se acercó a los movimientos de izquierda, particularmente a la Juventud del Partido Socialista Unificado de México.
Regresó a Chihuahua en 1959, tras un desalojo por parte de elementos del ejército hacia estudiantes de provincia internos en el IPN. Transitó por varios empleos en esa entidad, desde la construcción del ferrocarril Chihuahua-Pacífico hasta ocupar una plaza como profesor de primaria, con un salario de 565 pesos al mes.
Y precisamente en el trajín diario de la enseñanza fue que el profesor Gámiz afianzó su ideología izquierdista, por lo que fundó el Grupo Popular Guerrillero junto con otros jóvenes convencidos de que la desigualdad permanecía como antes de 1910, que la riqueza estaba distribuida entre unos cuantos y que la miseria era rampante en el campo.
No había condiciones, según era su pensamiento, para lograr un verdadero cambio en el país, a menos que se diera a través de un nuevo movimiento armado. En tales circunstancias, Arturo Gámiz y doce compañeros más, entre maestros, estudiantes y líderes campesinos, decidieron iniciar el movimiento de guerrilla en México.
Estaban cansados de los abusos, explotación, agravios y despojos de los caciques, ganaderos, compañías madereras y algodoneras, cobijados por Praxedis Giner Durán, gobernador y además terrateniente en Chihuahua.
El grupo de guerrilleros se dispuso, pues, a tomar por asalto el Cuartel Militar Madera, en la sierra de Chihuahua, donde someterían al regimiento de soldados, que los superaba ampliamente en un número de tres a uno, lo cual no los detuvo y, de hecho, cada uno de los trece guerrilleros estaba dispuesto a “rifarse” la vida frente a los militares.
Una vez que acordaron la fecha de la operación, los integrantes del grupo comandado por Arturo Gámiz se fueron acercando al poblado Madera; de distintos lugares del estado habían estado llegando días antes del 23 de septiembre de 1965 y fueron recibidos en casas de los pobladores que simpatizaban con la causa de la guerrilla.
Un día antes de la operación, se percataron, por voz de los habitantes de Madera, que inesperadamente un pelotón se había apostado en el área para reforzar la seguridad del cuartel, por lo que ahora el número de militares se multiplicó a unos 125, además provistos de armas largas y fuego de artillería. Aún así, decidieron seguir adelante con su plan.
Los trece sabían que serían eliminados tarde o temprano, pero de todas maneras iban a intentar apoderarse del arsenal guardado en el cuartel de Madera y tomar la ciudad, lo que sería un mensaje de que la guerrilla había iniciado la lucha armada.
En ese conocimiento, pidieron el apoyo a dos grupos más de simpatizantes de la causa, pero nunca llegaron a la cita acordada. Los dejaron morir solos, literal, no se sabe si porque hubo filtraciones del operativo al gobierno o si simplemente no quisieron ser parte de un plan de altísimo riesgo.
Los trece hicieron cálculos del operativo planeado para la madrugada del 23 de septiembre, ya prevenidos de que no saldrían con vida y que quizá no podrían apoderarse de las armas para continuar la lucha armada en Chihuahua y en el resto del país, pero no ejecutar el asalto al cuartel militar significaría un retroceso para el movimiento.
Decidieron, pues, luchar aun a costa de la vida, tal vez con el propósito de servir de inspiración para otras movilizaciones y acciones tendientes a lograr un cambio en el país y lograr una vida digna para los más vulnerables, aquellos que seguían sometidos, pese al aparente triunfo de la revolución de 1910.
Y llegó el momento. Avanzaron los trece por el sur en las afueras de las instalaciones militares, tomaron posiciones y esperaron el disparo que haría Arturo Gámiz para marcar el inicio de las hostilidades. Estaban repartidos en los cuatro puntos cardinales.
Uno de ellos se quedó en la retaguardia, a bordo en el único vehículo que llevaban; a unos 30 metros apenas les quedaban las barracas militares y, a sus espaldas, una llanura de unos dos kilómetros los separaba de la abrupta serranía.
Por su parte, la tropa se alistaba para el desayuno, eran las 5:45 de la madrugada, todo oscuro y en relativo silencio. De repente, sonó el disparo de Arturo Gámiz que servía como señal y sobrevino la balacera. Desconcertados, los miliares se lanzaron pecho a tierra al tiempo que se escuchan gritos: “¡Ríndanse!”, “¡Están rodeados!”, “¡Ríndanse!”.
No obstante, otro grupo de militares salió al paso, disparando a izquierda y derecha, lo que dio cobertura a quienes permanecían en el piso para contraatacar, en una refriega que duró hasta clarear, cuando ya se hizo evidente que de un lado eran unos cuantos y del otro, todo un pelotón bien armado.
La historia narra que ninguno del pequeño grupo se acobardó y todos trataron de resistir lo más que pudieron, usando bombas de fabricación casera cuando ya no les quedaban balas en sus viejas y desvencijadas pistolas.
Y, como era previsible desde un primer momento, en muy poco tiempo ocho de los guerrilleros quedaron tendidos allí mismo, sin un lugar más en el cuerpo para otra bala. Los demás “transgresores de la ley”, como se les llamó aun en la prensa, lograron escapar de momento, pero fueron vilmente torturados y cazados uno por uno, sin asomo de compasión.
Las versiones de algunos habitantes de Ciudad Madera y de las “Mujeres del alba” cuentan que el gobernador Praxedis Giner se apersonó en el lugar una vez acabada la confrontación y gritoneó con furia: “¿Querían tierras? ¡Pues denles hasta que se harten!”, por lo que excavaron una enorme fosa común para los irreconocibles cuerpos.
Antes, a bordo de un carromato, los cuerpos fueron exhibidos con toda saña por las principales calles de Ciudad Madera, como escarmiento para cualquiera que pensara igual; es más, a la gente que observaba le preguntaban: “¿y tú también quieres subirte o qué?”
Así pues, los cadáveres de ese aguerrido grupo de jóvenes inconformes con la desigualdad social fueron sometidos no sólo al escarnio, sino a las formas más indignas de cualquier civilización. Las autoridades quisieron dar una gran lección para que evitar cualquier réplica de lo sucedido.
Sin embargo, esa acción del 23 de septiembre de 1965 provocó movimientos para la causa de la guerrilla, pues de allí se fundamenta lo que después sucedería en esa etapa convulsa en México, tanto en áreas urbanas como rurales. No siempre los métodos para mostrar descontento fueron los adecuados, hay que decirlo, y se les consideró grupos anárquicos y “rojillos”, término que hasta la fecha padece una connotación negativa.
Así pues, terminó en un baño de sangre este pasaje histórico protagonizado por Arturo Gámiz, dirigente del Grupo Popular Guerrillero; Pablo Gómez Ramirez, médico rural y fundador de la UGOCM en Chihuahua; Emilio Gámiz García (hermano de Arturo), dirigente estudiantil de la UACH; Antonio Scobell, campesino y militante de izquierda; Oscar Sandoval, estudiante de la Escuela Normal del Estado; Miguel Quiñones, profesor de la escuela rural de Arisiáchic; Rafael Hernández Valdivia, profesor de la Escuela Rural de Basúchil y Salomón Gaytán, campesino de Dolores, municipio de Madera.
Algunos años después surgió la organización “Liga Comunista 23 de Septiembre”, que provocó reacciones feroces en los regímenes priistas de finales de los 60’s y 70’s, lo cual, a su vez, intensificó las acciones armadas de otros grupos de izquierda, como la guerrilla liderada por Rubén Jaramillo, en Morelos, junto con el movimiento de Lucio Cabañas, en Guerrero y Genaro Vázquez, entre otros, sobre todo en los estados del centro y sur.
Así pues, poco se sabe de la breve lucha de Arturo Gámiz, sepultada por administraciones totalmente adversas a cualquier voz que se alzara para pedir equidad o justicia; incluso, estos movimientos de izquierda han sido satanizados por años, pero fueron parte de la historia y, para algunos, fueron mexicanos que murieron por la patria. Otros nunca lo admitirán.
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