Impune el 2 de Octubre, pero también otras matanzas en estos años
Este lunes 2 de Octubre se cumplirán 55 años de la cruenta noche de Tlatelolco, donde el Estado ordenó la más grande matanza de estudiantes en la historia del país, de la cual hasta hoy desconocemos el número real de víctimas, entre asesinados, desaparecidos, encarcelados y víctimas colaterales.
En cambio, lo que sí sabemos es que todos los involucrados en este crimen, que debería ser de Lesa Humanidad, murieron a edad avanzada, rodeados de lujos y sin pisar la cárcel, como mínimamente merecían después de la planeación y ejecución de un crimen que duró mucho más allá de la Noche de Tlatelolco.
El 2 de Octubre es una fecha vergonzosa no sólo para los gobiernos, sino para la mayoría de los sectores sociales, incluidos los medios de comunicación, que fueron omisos y cómplices al ocultar la verdad, irresponsables y engañosos con la sociedad respecto a un caso de proporciones de genocidio.
Durante más de medio siglo, han sido incontables los libros, crónicas, reportajes, entrevistas, videos cortos y largometrajes, testimonios de esa noche y las otras muchas que siguieron, pero nada ha servido hasta hoy para que tan brutal agresión sea reivindicada por la acción de la justicia, en contraste con lo que ha ocurrido en otros países, como Chile y Argentina, donde se empieza a encarcelar a los perpetradores de la violencia durante las dictaduras de los 70’s en ambas naciones.
Gustavo Díaz Ordaz, quien era presidente de México en ese entonces, murió sin ser llamado a cuentas, al igual que Luis Echeverría, secretario de Gobernación en 1968 y presidente de la República de 1970 a 1976; llegó con las manos manchadas de sangre y así acabó su sexenio e incluso se dio tiempo para ordenar otra matanza: La del 21 de Junio de 1971, en la Ribera de San Cosme, denominada “ el halconazo”.
Y después de ambos mandatarios, altos mandos del ejército, jefes policiacos, directores de la extinta Dirección Federal de Seguridad (la Policía política en ese tiempo), todos los relacionados con estos cruentos hechos fueron falleciendo de muerte natural en la absoluta impunidad, sin ser requeridos por ninguna autoridad.
Sexenio tras sexenio fueron guardando silencio con el auspicio de la mayoría de los sectores sociales acomodaticios, que sólo se inconforman cuando ven afectados sus intereses, principalmente de carácter político y económico.
Como estudiante de periodismo y reportero en la Ciudad de México en la segunda mitad de la década de los 80, tuve la oportunidad de conocer colegas que realizaron la cobertura esa tarde y noche en Tlatelolco, junto con las refriegas diarias de largas horas en las semanas y meses siguientes; la frustración fue denominador común en ellos.
La mayoría optó por la autocensura, después de que, un día sí y otro también, su información se iba al bote de la basura, porque casi nada podía publicarse por “órdenes superiores”. Y todo eso era bien sabido en el ambiente mediático.
Después de Tlatelolco, la represión continuó para los estudiantes, quienes tuvieron que soportar el acoso militar por muchos años más. Recuerdo aún que por 1986, 18 años después de los hechos, la sede de la Escuela Nacional de Maestros seguía acordonada por elementos militares.
Era mi pasada para la estación del Metro San Cosme y los soldados lanzaban agudas miradas a todo aquel con “facha” de estudiante; sus afiladas bayonetas parecían listas para entrar en acción en cualquier momento. Lo mejor era caminar por la acera de enfrente.
“El 2 de Octubre no se olvida”, sigue siendo el grito popular año tras año, movilización tras movilización, todas multitudinarias a lo largo y ancho del país, incluso allende las fronteras, pero los gobiernos siguen inamovibles en el recuento de la verdad.
Y en este más de medio siglo, otras matanzas nos han alcanzado y todas con el mismo sello: impunidad total. Después de Tlatelolco y el “halconazo”, en los años siguientes se registró la ejecución de miembros de las guerrillas y de opositores al régimen de Carlos Salinas de Gortari, pasando por la pérdida de miles de indígenas chiapanecos durante los enfrentamientos de la guerra del EZLN, en los primeros días de 1994.
Asimismo, en el sexenio de Ernesto Zedillo sobrevino la matanza de Acteal, en Chiapas; con Felipe Calderón, hubo una nueva matanza de estudiantes en Lomas de Salvarcar, en Ciudad Juárez, la de migrantes en San Fernando, Tamaulipas y la del poblado completo de Allende, Coahuila, además de decenas de hechos cruentos en la presunta guerra que desató contra los cárteles de las drogas.
Con Enrique Peña Nieto ocurrió la segunda matanza de estudiantes más grande de la historia de nuestro país, la noche del 26 de Septiembre del 2014 en Iguala, Guerrero, donde 43 estudiantes normalistas rurales fueron levantados y presumiblemente masacrados después. A nueve años de esa tragedia, sólo se han localizado tres cuerpos y se desconoce la ubicación de los demás.
Todas estas matanzas carecen, como la de Tlatelolco, de seguimiento y de autoría; se enredó la investigación en todas y la falta de justicia las envuelve. A querer y no, todos y cada uno de estos hechos están allí, intocados y enterrados en el tiempo. ¿O no?
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