Pérez Verduzco y Guillermo Herrera, reporterazos como pocos
Desde muy temprana infancia, se fue desarrollando en mí la pasión por el periodismo, esa clase de enfoque que nunca cambia. A los ocho años, cayó en mis manos un libro sobre la guerra de Vietnam, “Un millón por guerrillero”, del periodista francés Jean Larteguy, que acentuó mi interés por estar en lugares donde algo importante ocurría, para luego poder contarlo.
Solía leer noticias y verlas en televisión, sobre todo los reportes de Guillermo Herrera y Guillermo Pérez Verduzco -el Tobi- en el noticiario 24 Horas, de Jacobo Zabludovsky, aunque el horario no era muy bueno para un niño; “váyase a dormir, que ya es tarde”, me decía mi mamá. Ni por un momento imaginé que, a la vuelta de los años, andaría junto con estos íconos del periodismo en la reporteada.
Lo de escribir no he sabido ni como se incubó en mi vida. De hecho, en segundo grado de primaria tuve la fortuna de que uno de mis pensamientos fuera la publicación central del periódico mural de mi escuela, la 5 de Febrero. Fue una poesía alusiva al Día de las Madres, un simple cuarteto que me surgió de la nada:
“Madre Santa
De la Paz hermosa
Eres como rosa
Que perfuma y canta”
Fue la primera vez que alguien tomó en cuenta uno de mis pequeños escritos, aun cuando sólo era para este pequeño foro escolar; algunas mamás se acercaban a leer las aportaciones de sus hijos o hijas, pero yo no dije nada en mi casa, así que la inspiradora de este cuarteto no se dio por enterada sino hasta el correr de los años.
Al inicio, casi sin pensarlo, se me daban las expresiones metafóricas; hacía composiciones que podrían pasar por expresiones poéticas, si bien muy sencillas en su estructura, pero muy pronto la información y la narración de hechos me atrapó por completo.
Por todo esto, cuando inicié la carrera en periodismo en la escuela “Carlos Septiem García”, de la Ciudad de México, y comencé a trabajar, a la par, en El Sol de México, de la Organización Editorial Mexicana, buscaba con afán la calle, visitar lugares, estar presente en los sucesos para narrarlos.
En un día de trajín, llegó a la redacción la noticia de que había explotado el pozo petrolero Abkatun 91, en la sonda de Campeche y se me encomendó la tarea de ir allá para enviar la nota de lo ocurrido.
En un avión de Petróleos Mexicanos, junto con reporteros de otros medios de comunicación, llegué a Ciudad del Carmen, Campeche, tan sólo horas después de la trágica explosión en la plataforma del pozo petrolero.
Nos trasladamos a un hotel, dejamos nuestra respectiva maleta y cuando cerraba la puerta del cuarto, se abrió la contigua y apareció la figura de Guillermo Pérez Verduzco, aquel veterano reportero que por tantos años admiré cuando niño.
Casi me paralizó su presencia, lo miré enmudecido y el sólo subió las cejas y dijo “hola”. Avanzó delante de mí hacia el lobby del hotel, donde ya nos esperaba un chofer para trasladarnos al sitio en donde PEMEX había dispuesto de varios helicópteros para llegar al sitio del suceso en altamar.
Nos repartimos en los helicópteros y sobrevolamos el área. Impresionante la enorme lengua de fuego en mar abierto, una temperatura superior a los 40 grados centígrados y todavía acrecentada por la cercanía al fuego; más que admirable el desempeño de los bomberos de PEMEX, dos maniobrando con una manguera a bordo de un barco cisterna y tras ellos otro elemento dándoles protección con una cortina de agua para evitarles un aumento súbito en la temperatura corporal.
Y entre vuelta y vuelta del helicóptero en los aires marítimos, le pregunté a otros reporteros, por cierto todos muy experimentados, dónde estaría el Tobi Verduzco. Me decepcionó un tanto la respuesta: “No lo verás aquí, manda a su camarógrafo y siempre nos reportea cuando llegamos al hotel. Nos pide datos y manda su información. Él se queda en el hotel”.
Cuando regresamos al hotel y nos encaminamos a preparar nuestros respectivos reportes, en efecto, Pérez Verduzco instruyó al camarógrafo sobre la edición de las imágenes y a sus amigos reporteros de confianza, les pidió información para elaborar su nota.
Entendí entonces que me había tocado conocerlo en su etapa de “vaca sagrada”, en la que los sacrificios y el trabajo arduo, de a pie o de alto riesgo, se van dejando de lado poco a poco; él ya había hecho esas cosas muchos años atrás.
Coincidí con él en otras coberturas en la Ciudad de México y aunque mi impresión inicial por su trabajo ya no era la misma, me siguió llamando siempre la atención su carisma y amplia capacidad para hacer reír a quien tenía enfrente; sin embargo, nunca tuve la oportunidad de tener una conversación en forma con él.
La de Guillermo Herrera es otra historia. A él me tocó conocerlo antes que al Tobi; cubrió siempre la fuente policiaca. Lo encontré en varias ocasiones en la sala de prensa de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.
Siempre me sorprendió su avidez y precisión para narrar los hechos, siendo invidente ¿Quién lo ponía al tanto de lugares, de cada elementos detallado de la noticia para describirla en forma tan impecable, más que si la estuviera viendo con toda claridad? Con él iba siempre su auxiliar, pero aún así era complicado.
Era respetado por todos, pero no resultaba fácil relacionarse con él. Tenía fuerte personalidad y temperamento, así que lo mejor era saludarlo y dejarle la opción de seguir con la plática, lo cual no hacía con frecuencia.
También era un enigma cómo se enteraba de las noticias antes que otros, considerando que nunca se le vio un radio en mano, aunque aseguraban que sí traía consigo uno, con las frecuencias de las distintas corporaciones policiacas de la Ciudad de México.
Alto, de pelo encanecido y siempre de corbata, Guillermo Herrera era todo un personaje. A edad temprana sufrió la quemadura de las retinas por radiaciones, pero la ceguera nunca fue obstáculo para buscar la nota policiaca para “24 Horas”.
Dejó testimonio siempre de su responsabilidad y fue ejemplo de fortaleza y pundonor cuando telefónicamente narró, unos minutos después de ocurrido el asesinato de un joven en la calle Copilco de la capital del país, a bordo de su auto. Con la voz entrecortada y entre sollozos dio a conocer el nombre de la infortunada víctima: Guillermo Herrera Roqueñi, su propio hijo.
Fue un ser humano y profesional del periodismo como pocos; por cierto, su segundo apellido muy pocos lo supieron, porque él siempre se dijo llamar simplemente Guillermo Herrera, de 24 Horas.
De uno y otro periodista simplemente conocí pinceladas de sus trayectorias, pero fueron suficientes para agradecerles y reconocerles sus enseñanzas, porque de ellos se aprendía nada más con observarlos hacer periodismo.
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