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Mí encuentro inesperado con Carmelita, la vidente de Tierra Blanca

Esta historia empezó a desarrollarse una mañana de agosto de 1994: era un día de trabajo normal para mi compañero camarógrafo y para mí, así que, como siempre que teníamos alguna entrevista pendiente en el entonces Palacio de Gobierno, nos estacionamos alrededor de la Plaza IV Centenario y nos bajamos presurosos.

Eran las 11 de la mañana, muy temprano para que estuvieran en sus oficinas los funcionarios públicos y menos en san lunes, pero nosotros sí teníamos prisa por hacer nuestro trabajo para el noticiario de mediodía. En eso, prácticamente nos interceptaron dos elementos del Cuerpo de Bomberos, que venían a “trasmitir un recado”.

De momento, no supe por qué alguien me mandaría un recado con esos compañeros, pero de inmediato salí de dudas: “lo que pasa es que nos mandó Carmelita, la de Tierra Blanca, que necesita hablar con usted. Ayer la vimos y nos dijo que aquí nos lo íbamos a encontrar a esta hora”, dijo uno de los mensajeros.

Y bueno, salí de dudas a medias, porque no sabía de cuál Carmelita me hablaban y menos que ella, una desconocida, supiera mis horarios o por dónde iba a andar. Vaya. Les pregunté todo esto, creyendo de inicio que se habrían equivocado de persona, aunque sería raro, porque los bomberos y yo nos conocíamos de muchas misiones en conjunto.

“Carmelita es la señora que dice que tiene contactos con extraterrestres, ¿se acuerda que siempre vamos con ella cuando nos urge localizar a algún ahogado o perdido?, usted ya la conoce, vive en Tierra Blanca; es la que quiere hablar con usted, que le urge”.

Recordé entonces que ella era un contacto importante para los bomberos en ese tema, así como también acudían a don Rubén Hernández, en el plano real, para que les ayudara a sacar algún cuerpo de la presa o de algún río, dada su bien ganada fama de nadador en aguas abiertas.

El caso es que Carmelita tenía algo importante qué decirme y decidí visitarla al día siguiente, seguro que todo era en buena lid. Era muy conocida en su calle, porque no faltó quien me diera señas de la casa, a pesar de que sólo pregunté por ella de nombre, pues ni siquiera sabía su apellido, tampoco recordaba su cara.

Y, para mi sorpresa, al tocar el timbre, una voz desde el interior se escuchó: “pásate, Rubén, te estaba esperando”, otra vez la duda de cómo supo que era yo o que iría a esa hora, si estaba muy al fondo de la casa y no había alguna ventana por la que le fuera posible avistarme.

Muy raro todo, pero le hice caso a esa voz y entré, acompañado como siempre de Pedrito Perales, mi compañero camarógrafo y amigo hasta la fecha. Atravesamos un patio repleto de macetas con plantas muy frondosas, dos enormes tortugas merodeaban por ahí y también uno o dos gatos se asomaron por la azotea.

Recostada en un viejo sillón, Carmelita se puso de pie y nos dio la bienvenida con un abrazo. Lo primero que aclaró fue que sus tortugas eran únicas, con el extraño caparazón que tenían; hizo cuentas y concluyó que llevaban más de 30 años con ella. Nos platicó de sus plantas y de otras cosas.

Pensé, “a ojo de buen cubero” que Carmelita tendría unos 65 años, con su pelo entrecano, corto y grandes anteojos bifocales. Bromeó a ratos y, ya en confianza, nos contó que sus grandes maestros -como les llamaba- eran de otra dimensión, que vivían en lugares lejanos de la tierra, que se comunicaba con ellos y le ayudaban a ver hechos a futuro.

También relató algunas de sus vistas a la Zona del Silencio, a donde incluso nos invitó para acampar y vivir la experiencia de un lugar diferente a cualquier otro conocido. Le pregunté por Marla, una periodista mexicana con fama, en los años ochenta, de tener contacto con extraterrestres y contar con información privilegiada sobre el fenómeno OVNI; dijo conocerla y alguna vez intercambiar información con ella.

En eso estábamos, cuando cambió el curso de la plática y sin tapujos que expresó su preocupación por lo que había visto sobre mí en un ejercicio de meditación con sus maestros, según me aseguró. Ese era el motivo por el cual me había citado.

Justo en esos días, en Durango se vivía un conflicto en la UJED y me tocaba cubrirlo. Expresó su preocupación porque “algo podría pasarte”, entonces quería hacer oración y meditar por mi, a lo que me iba a resistir, pero al final dije que sí.

Me tomó de las manos y cerró los ojos, no mencionó palabra alguna por varios minutos, no hizo gesto alguno, sólo su entrecejo se alzaba por instantes. De pronto, abrió los ojos y me advirtió que por su vista había pasado una franja anaranjada, indicio de peligro, pero que luego una luz brillante se mantuvo ante sus ojos, en señal de que todo estaría bien.

No sabía si creerle o poner mi fe en sus palabras, pero sentí cierto alivio en su certeza de que nada malo me iba a suceder. Además, estaba recién casado y pronto nacería nuestra primera hija, así que menos era momento de sobresaltos o sustos.

Antes de despedirnos, Carmelita metió una mano al delantal, tomó mi mano y me entregó una pequeña piedra negra que parecía de metal, con gran parecido en color, tamaño y textura a una zarzamora grande.

“Esta es una piedra única en la tierra, fragmento de un meteorito, la traje de la Zona del Silencio y contiene gran energía”. La tomé porque me la dio de buena voluntad, ella me recomendó que la engarzara y me la pusiera en la cadena que usaba. Nos despedimos, tras agradecimientos y parabienes mutuos.

De salida, me advirtió que llegaría “muy lejos”. Ni yo sabía cuánto, pero a los pocos meses tuve una abrupta salida de Durango para asentarme en un autoexilio en Estados Unidos todo ese sexenio. O sea que su predicción fue literal.

En cuanto al asunto de la piedra que me dio, un día llegué a una pequeña joyería en Pino Suárez y Progreso para engarzarla y casi me voy hacia atrás cuando, al preguntarle al hombre que me atendió si hacían ese trabajo, me dijo “¿lo manda Carmelita, verdad?; es que sólo ella tiene piedras como éstas”.

Curioso caso y siempre me pregunté cómo fui a parar a esa joyería, sin que nadie me orientara que era el lugar indicado para esos “arreglos”. Usé la piedra al cuello varios años, luego la extravié, pero haber sido protagonista o parte de un pasaje  en el terreno de la metafísica se mantiene y mantendrá conmigo como un recuerdo, con Carmelita al centro.

TWITTER: @rubencardenas10

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