Albertico, un precursor involuntario del movimiento LGBTQ
En la década de los 70’s Durango capital era una ciudad mucho más conservadora y tradicionalista que hoy, no siempre abierta con algunos de sus habitantes, que con dificultad encajaban en los estrictos cánones de la época, aunque ya existían visos de cambio.
Fue el caso de “Albertico”, un joven de preferencias sexuales diferentes que, aun en ese Durango cerrado, se ganó el respeto de sus vecinos porque “no había otro como él para los madrazos” cuando se ofrecía, sobre todo en las colonias Santa María, Maderera y Morga, zonas de donde era oriundo, aunque no se sabía en cuál de ellas vivía.
De él se podría decir que era fiestero y sociable, no agresivo a menos que “le buscaran”; no se le conocía familia cercana ni se sabía en qué trabajaba exactamente, aun cuando siempre traía dinero en la cartera. Más allá de estas preguntas, era bien recibido en las bodas y quinceañeras de su círculo, a las que por lo general llegaba solo, pero de inmediato se acoplaba en algún grupo que suponía amigable.
Claro que en esos grupos había toda clase de criterios y Albertico supo siempre que a veces el respeto se gana siendo claridoso y directo -al principio solamente con palabras- con aquellos que le lanzaban pullas o comentarios sobre su sexualidad: allí sí que no lo toleraba ni se dejaba de nadie.
En tales circunstancias, retaba al agresor o agresores a salirse de la fiesta para arreglar las cosas a mano limpia. O en otras situaciones de la vida diaria, tampoco se echaba para atrás; agarró fama con sus “patadas voladoras” y la contundencia de sus puños a la hora de demostrar que sabía defenderse y así, poco a poco, ya nadie se atrevía a ser hostil o burlón con él y mejor acababa siendo su amigo.
En algunos relatos, quizá corregidos y aumentados, de gente que lo conoció, resalta que Albertico era tan buen peleador que algunos adversarios quedaron en ridículo, pese a haberlo enfrentado con cuchillos o navajas. Incluso, se le adjudicaba algún difunto que lo había desafiado al gritarle “joto” o “marica”.
No hay un solo testimonio de que en alguna ocasión perdiera un encontronazo, una pelea, sino que siempre le quitó “lo macho” a más de uno, aunque le hubieran echado montón. Fue un personaje de la ciudad, de esos que aparecen de la nada y desaparecen también de esa manera; de cualquier modo, Albertico fue símbolo para su comunidad y sentó un precedente del orgullo gay, que en esos años estaba fuera de cualquier agenda social.
A su manera, enfrentó como pudo el rechazo de una sociedad machista y discriminatoria, ofensiva y resistente a las minorías. Su trayectoria se quedó sólo en la mente de esas generaciones que lo conocieron o tuvieron referencias suya por parientes o amigos que supieron de sus andanzas en la ciudad de Durango.
Hoy, en un mundo globalizado que demanda equidad y trato digno para todas las minorías, esta historia pretende ser una reflexión sobre el respeto natural y obligado de unos a otros, no algo que debe ser constantemente remarcado o ganado a golpes. Abrirse paso en una sociedad cerrada no le fue fácil a Albertico, pero demostró que muchos de esos homofóbicos siempre han sido, como hasta ahora, “más lengua que sesos”.
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