Aquel presunto idilio de Marcelo en Durango
Una tarde de mediados del 2010 cuando, tras una elección muy polémica, pendía de un hilo el fallo del entonces Tribunal Federal Electoral sobre la gubernatura de Durango, se comunicó José Aispuro Torres con un servidor para reunirnos a desayunar en un café cercano al Parque Guadiana.
Había pasado la jornada electoral y Aispuro estaba esperando los resultados que culminarían con la victoria de Jorge Herrera Caldera, pese a que había acudido a las instancias judiciales electorales para tratar de revocar la decisión de las autoridades electorales locales. Al final, tuvo que esperar seis años para volver a ser candidato a gobernador, en el 2016.
En tal contexto, supuse que la intención de mi interlocutor era proveerme de información sobre la expectativa de su futuro inmediato. Y bueno, era eso en parte, pues hablamos de los posibles escenarios políticos, de la campaña, entre otras generalidades, pero había otro tema en la mesa.
“Oye, se comunicó Marcelo (Ebrard) y me pidió que si por favor aclaras lo que publicaste en tu columna sobre el supuesto romance que trae aquí en Durango, lo que publicaste en la columna hace unos días”.
Me pareció atípico que Ebrard, en ese tiempo Jefe de Gobierno de la Ciudad de México y quien frecuentemente visitó Durango en esos meses para apoyar la campaña de Aispuro, se tomara la molestia de pedirle algo así a un periodista de Durango.
En cuanto a las versiones sobre esa supuesta relación con una dama duranguense, procedía de primera mano de gente cercana a ella e incluso ya se estaba corriendo el rumor más y más, lo que dio lugar a comentarios en algunos círculos.
“Le dije que somos amigos y que no habría problema ¿Cómo ves? Todo lo que pide es que ahora digas que no hay tal romance”, insistió. Yo respondí que como periodista no podía negar así como así lo que previamente había informado, o que en todo caso lo negara él.
Aispuro lo pensó unos momentos, antes de encontrar la solución salomónica: “Ándale, eso es lo que puedes decir: que Marcelo lo negó, y se acaba el problema”. ¿Y cuál problema podía haber? me pregunté para mis adentros, si no era algo que yo hubiera sacado de la nada, ciertamente.
Aispuro agarró su BlackBerry, el celular más seguro de la época, y marcó un número; no me dijo a quién había llamado, pero identifiqué la voz de Héctor Serrano, un operador político de alto perfil y muy cercano a Ebrard que, por lo tanto, era conocido a nivel mediático.
“Estoy con nuestro amigo Rubén Cárdenas; nos ayudará, ya quedamos, no hay ningún problema”, le explicó Aispuro, muy convencido, aun cuando yo todavía no estaba bien seguro de cómo querían manejar un tema que de repente se había vuelto muy importante.
Esperé algunos minutos la conclusión de la llamada e intenté despedirme de mi compañero de café, pero no me dejó ir: “Espera, Marcelo quiere hablar contigo”. Me volvió el asombro; si ya estaba arreglada la aclaración, ahora qué más querían pedirme.
Aispuro me lo pasó al instante. Inconfundible la voz de Marcelo, que entre reclamo y risas me saludó: “Hola, cómo estás. Oye, Rubén, la verdad no sé si reclamarte o agradecerte por lo que hiciste”, me la soltó de entrada.
Y siguió: “Reclamarte porque estoy en proceso de divorcio y en este momento puede causar algún problema el hecho de que me pongan en otra relación, pero también de pronto me llegaron más de 200 solicitudes para entrevista de esas revistas y programas del corazón. Nos sorprendíamos todos acá del porqué; puse a mi gente a investigar y saliste tú en Durango… me metiste en un nicho en el que sólo estaba el otro, era el único bonito”. Se refería a Enrique Peña Nieto, quien era gobernador del Estado de México.
Percibí que Marcelo no estaba molesto con el resultado de esta publicación y más bien tenía cierta curiosidad; me preguntó sobre una eventual visita a la Ciudad de México, que precisamente era en fechas próximas y me invitó a sus oficinas. No me dijo para qué, pero quedamos en vernos allá.
Unos días después, a través del propio Héctor Serrano, se arregló ese encuentro con Marcelo y me apersoné en su oficina, en el edificio del entonces Departamento del Distrito Federal, en contraesquina de Palacio Nacional; en pleno zócalo, pues.
Estuvimos un buen rato en conversación informal sobre temas de política y cuestiones de Durango; también habló de sus logros de gobierno y sus programas asistenciales, como el de becas de 7 mil pesos mensuales para mujeres maltratadas, becas para preparatorianos y números a la baja en delitos de alto calibre en toda la zona urbana.
Durante la plática recalcó más de una vez que “el güero no es mi amigo, es mi hermano; por eso rápido le marqué para que hablara contigo”. Y es que en ese 2010, Marcelo Ebrard había sido un gran respaldo para la campaña de Aispuro, de una manera que ni el PAN y menos el PRD lo hicieran.
Yo no se lo pedí, pero él me invitó a conocer el sistema de monitoreo que daba servicio al centro histórico con 8 mil cámaras, que en ese tiempo era muy innovador, pues un ciudadano víctima de asalto, por ejemplo, podía disponer de dos evidencias fotográficas para entregarlas a un juez, lo que inhibía la recurrencia de los delitos.
Me invitó también a sumarme a su proyecto en caso de ganar la candidatura presidencial siguiente, que perdería en la última encuesta ante Andrés Manuel López Obrador, curiosamente una situación con similitudes a lo que ocurre en esta contienda rumbo a la misma candidatura.
Mezclábamos los temas y las preguntas, pero la que nunca me hizo fue la referente a esa nota que yo había publicado y que era, en teoría, el motivo por el que yo estaba allí. Simplemente ni lo negó ni lo aceptó y no se dio esa conversación. Y Marcelo Ebrard sí apareció tiempo después en revistas del corazón, a querer y no, porque contrajo matrimonio nuevamente y eso atrajo mucha atención pública; en cuanto al episodio de Durango, quedó para la anécdota.
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