Aquí te quedas en el CERESO, le dijo la dama norteamericana a su hijo
Tuve el honor de conocer al licenciado Maclovio Nevárez Herrera, maestro de un buen número de generaciones de la UJED y destacado estudioso del Derecho, en 1992, cuando se desempeñaba como titular de la entonces Dirección de Averiguaciones Previas, en el sexenio de Maximiliano Silerio Esparza.
Nuestra amistad echó raíces y con frecuencia nos reuníamos en su oficina o en algún otro espacio de la DAP, él invariablemente con su taza de café en mano y sus galletas preferidas; era un intercambio de experiencias muy enriquecedor, al menos para mí, que siempre me han gustado las historias de vida de personajes que me aporten conocimiento.
En una de tantas ocasiones me contó algo que vale la pena recordar porque esa enseñanza nunca pasará de moda, puesto que se refiere a la manera de enfrentar ciertas situaciones con los hijos. Y cuál padre o madre no necesitamos aprender cada día nuevas lecciones.
Resulta que, siendo Nevárez Herrera Agente del Ministerio Público Federal, a inicios de los 70’s en Durango capital, un día se topó con una circunstancia atípica por su resultado: pusieron a su disposición a un joven estadunidense detenido por agentes de la Policía Judicial, acusado de portación de mariguana.
Y, por tratarse de un delito de carácter federal, al propio licenciado Nevárez le correspondió consignarlo y lo remitió al Centro de Rehabilitación Social, que no tenía mucho tiempo de haber entrado en operaciones. Más temprano que tarde, tanto en la Agencia del Ministerio Público Federal como en el CERESO, llegó el requerimiento de las autoridades consulares norteamericanas para conocer el caso.
Esto, obvio es, propició intranquilidad general porque, de no tener cuidado en el manejo del caso, podría sobrevenir un conflicto con el vecino país. Llamadas fueron y vinieron y, al final, el incidente tomó su curso y bajó de intensidad la presión, al comprobar el gobierno norteamericano que no tenía injerencia en un caso tal y dejarlo en manos de las autoridades locales.
Pasó una semana y en eso les llegó la notificación de que vendrían familiares del detenido a conocer la manera en que se le estaba tratando dentro del penal, porque tenían reportes de que la estaba pasando duramente. Claro que el nerviosismo creció al doble o al triple de cuando se dio respuesta a la primera petición.
Fue entonces que las autoridades del CERESO le llamaron al agente del MPF Maclovio Nevárez para pedirle que acompañara a la madre del joven en un recorrido por el penal, como ella lo había solicitado. Y ya se sabe que las cárceles, ni antes ni ahora, son lugares como para presumir, pero no podía negarse.
Recordó a la visitante como una dama de avanzada edad, muy elegante, incluso con sombrero de velo transparente que le cubría el rostro, con guantes y una pipa humeante. Antes de ver al hijo, exigió la llevaran a la cocina, al comedor, las áreas recreativas, los dormitorios de distintas áreas, hizo preguntas sobre la responsabilidad y actuación de los custodios, en fin.
No dejó duda alguna de que llegó en calidad de investigadora y, claro, puso a todos en jaque, porque no sabían para qué quería tanta información o en que la iba a usar ¿Sería que estaba lista para poner una queja ante su gobierno, con datos de primera mano? Eso parecía probable.
Y ya que entró, salió, indagó y habló con quien quiso, con amabilidad pidió por fin ver a su hijo, seguramente para constatar de su boca cómo se encontraba. Dos custodios lo llevaron hasta la oficina del director del CERESO, donde estaban las autoridades acompañando a la dama visitante.
La escena del reencuentro seguía muy fresca en la memoria de Maclovio Nevárez: el muchacho se lanzó llorando a los brazos de su madre, suplicándole lo sacara de ahí de inmediato. Ella, contrario a lo que todos esperaban, ni se inmutó. Ni una lágrima soltó.
Al contrario, lo separó del abrazo con rigidez y no se anduvo con contemplaciones: “Me has mentido; dijiste que no comías bien y acabo de comprobar lo contrario, que vivías en una pocilga y eso es falso, estás en una cárcel porque te volviste delincuente y no mereces estar en un hotel. No te maltratan, físicamente te ves bien”.
“Y así como no me pediste permiso para traficar drogas, tampoco debes pedirme que te saque en libertad hasta que pagues por lo que hiciste. No me vuelvas a llamar ni a buscar hasta que hayas salido de aquí por tus propios medios y hayas cambiado. Te trato así porque te amo demasiado y no seré tu cómplice. Adiós”.
El joven se quedó atónito, paralizado, sin saber cómo reaccionar y las lágrimas se congelaron en sus mejillas. La señora, por su parte, agradeció las atenciones y dejó el CERESO, caminando con gran dignidad, aunque se le notaba su dolor. Nada más se supo de ella.
El reo cumplió sentencia y se fue; tampoco se volvió a saber de él. No se ha replicado un caso así desde entonces, pero esa actitud valiente de una mamá dispuesta a sacrificar el amor a cambio de enseñar disciplina no se ve todos los días, coincidimos Maclovio Nevárez y un servidor, café y galletas de por medio.
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