Al tiempo

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La noche en que se apareció el diablo en Cyclons

Hacia finales de los 80’s, era recurrente en nuestra ciudad escuchar en cualquier reunión la historia, con detalles añadidos según el caso, de aquella noche en que se había aparecido el diablo en un famoso lugar nocturno de Durango, el Cyclons  -una “disco” de aquellos años- ubicado sobre el bulevard Domingo Arrieta, y que es hoy un edificio completamente vandalizado.

Sonaba tan interesante la historia y se solía contar con tanta vehemencia en cualquier sitio donde hubiera oyentes, que provocaba el interés de conocer más del incidente, desmenuzar los hechos y hasta platicar directamente con quienes habían vivido la supuesta aparición.

Se aseguraba que una noche de sábado, cuando el Cyclons estaba al máximo, un asistente de tantos sacó a bailar a una muchacha y estuvieron un rato en la pista como cualquier otra pareja, es decir, en la absoluta normalidad.

En forma inesperada, de una de las inmensas bocinas colgadas alrededor de la pista salió un ruido estremecedor, se apagaron las luces, brotaron chispas, algo de fuego y mucho humo; enseguida sobrevino un olor a azufre y de inmediato se apareció una figura diablesca, incluso con cola y una pata de chivo, que desapareció tan rápido como para que nadie pudiera seguirla, si es que alguien iba siquiera a intentarlo. La jovencita, por su parte, sufrió quemaduras en las manos y piernas.

De este relato obviamente había muchas variaciones en cuanto a los detalles, pero esencialmente se coincidía en lo principal: que un desconocido había sacado a bailar a una muchacha y, ya en la pista, se había transformado en un ser demoniaco que dejó huellas de fuego por doquier.

Por supuesto que, como en todo episodio alimentado y condimentado por el vulgo, nunca faltaba quien decía haber conocido a la inocente víctima o a alguno de sus familiares; otros aseguraban que les había contado un mesero de la disco, el DJ, el  barman, uno de los porteros o, lo más común, que un amigo había ido ese día a bailar y había sido testigo ocular de los hechos, ni más ni menos.

Por mi parte, al no estar en ninguno de ese grupo, un día decidí ahondar en esta historia del dominio público, que ya era casi leyenda, para armar una nota periodística, así que debía entrevistar a los contactos que me llevarían hasta los familiares de la presunta víctima, o sea el DJ, un mesero y un vigilante del lugar, quienes estaban entre los más cercanos a los hechos.

Lo verdaderamente diablesco del caso era que, tan pronto como platicaba con quien me llevaría a la familia de la muchacha, siempre surgía un pretexto para no tener un segundo encuentro o para dar largas a la entrevista. En más de ocho ocasiones esos contactos resultaron falsos.

Y, por más que investigué, no pude encontrar el nombre, domicilio o cualquier particularidad de esa supuesta joven o su familia y, para acabar de desmoralizarme, los empleados del lugar a quienes me acerqué negaron el acontecimiento. O sea que el incidente se esfumó en la memoria colectiva tanto como supuestamente se había esfumado el diablo de la pista de baile.

Con el tiempo, ese centro de diversión cerró sus puertas y quedó allí atrapada una historia que ha pasado a ser parte de las leyendas urbanas, esas que todos conocen o conocen a algún cercano que jura haberlas vivido, pero que, a la hora de querer desmenuzar el episodio, ya nadie es dueño de la verdad. O todos somos un poco dueños de esa pretendida verdad, como la de esa noche en que se apareció el diablo en Cyclons.

TWITTER @rubencardenas10

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